¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Repeticiones y repetidores
YO no me atrevo a vaticinar con qué cifras de audiencia nos desayunaremos hoy. De lo que no hay duda es de que será el acabose. El récord absoluto. Lo más visto del año. Será muy difícil, por no decir imposible, que cualquiera de las diecisiete jornadas de los Juegos Olímpicos que comienzan el ocho del ocho del ocho registre una convocatoria similar. A estas alturas, los hábitos televisivos parecen estar muy consolidados. Y en estos tiempos de Internet, pantallas planas y programas a la carta hay dos cosas claras. Primero, que los grandes acontecimientos mediáticos van al alza. Sea la boda de Bea, o un Italia-España. Templando y mandando. Y obligando, como es lógico, a que todas las demás ofertas se retiren ante el paso del elefante en la cacharrería. Y segundo, que lo presuntamente marginal lo va a continuar siendo cada vez más. El sábado sin ir más lejos nuestro segundo canal público tuvo a bien acercarnos a la sesión inaugural del Festival de Mérida. Medea en vena con Nuria Espert, casi nada. Y como aperitivo, la Orquesta y Coro de la santa casa, esa cuyos conciertos sólo ven la luz a las ocho de la mañana, interpretando a Mozart y Gluck. Fue un acto privadísimo en el que los telespectadores presuntamente invitados no parecieron darse por aludidos. Esta semana La noche temática celebrará sus 600 emisiones, un número redondo que no les va a librar del ostracismo. El selecto club de programas de interés que registra un 1% de audiencia va aumentando y consolidándose, sin prisa pero sin pausa, con No disparen al pianista, Metrópolis, Miradas 2, La mandrágora. Me temo que contra ello no podemos hacer nada. Y no vale pensar en quién tuvo la culpa, si quien programa mal, o quien ha dejado de mirar. Puede que ambos. La cuestión es que la batalla está perdida. No podemos. Realmente no podemos.
También te puede interesar