La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
La barra exterior del Bar Victoria y la interior del desaparecido Siena, a caballo entre la sede de la Policía, los sindicatos y La Voz del Guadalquivir, era donde Joaquín Arbide había instalado su ágora particular. Con Juan Teba de sumo sacerdote de la cosa, el flirteo antifranquista era el motivo principal de la charla y de la cerveza diarias. Incluso en presencia del jefe, el inolvidable César del Arco, las críticas a aquel franquismo que no se acababa nunca eran el meollo de una particularísima pandilla de tertulianos de la que no queda nada. Y antier se nos iba Joaquín Arbide, un personaje de la comunicación que fue Premio Nacional de Teatro con su querida Tabanque a la par que alma de aquella cadena sindical que tan bien driblaba la censura franquista. En el otoño de su vida rompió en feraz escritor y hoy se me rompen los adentros en el pésame a Esperanza y a su hijo Juan.
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