fragmentos

Juan Ruesga / Navarro

13 de agosto de 1934

"Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,

un andaluz tan claro, tan rico de aventura".

Federico García Lorca

UNA fecha para el recuerdo. El día de la cogida de Ignacio Sánchez Mejías en la plaza de toros de Manzanares. Y la muerte. Y la desolación de sus seguidores y amigos. El poeta llora y escribe. Y surge incontenible el poema. En los últimos meses, con motivo de un espectáculo en el que he participado, he tenido la oportunidad de leer con detenimiento el poema que Federico García Lorca escribió para recordar al hombre, al torero, al amigo. Más allá de la salmodia fúnebre de las cinco de la tarde que introduce el poema, surgen las imágenes redondas, precisas, afiladas. Los colores que nos llevan al mundo frío y escaso de la enfermería de una plaza de pueblo. El yodo y el óxido. Verdes y violetas de la herida. Arroyo de sangre. El velatorio. La simetría de espejos de Ignacio velando a su cuñado José. La piedra es una espalda para llevar al tiempo con arboles de lagrimas y cintas plateadas. Lean y relean estos versos, despacio. Procuren que su mente construya las imágenes.

¿Cómo evocar este rico universo poético en un escenario? A la búsqueda de respuestas me fui una vez mas a pasear por el cementerio de San Fernando. Los cementerios son un conjunto de arquitecturas que nos muestran la contra imagen de la ciudad que los contiene. Como en otras ciudades, Sevilla esta en su cementerio. Su historia y sus gentes. Ambiciones y devociones. Y además las cenizas de Ignacio están allí. Al lado del mausoleo de Joselito. La imagen de Ignacio se reconoce en una de las figuras que Mariano Benlliure esculpió y que todos recordamos. Un poco más abajo, al otro lado del paseo central, está una de las tumbas más bellas que conozco, la del pintor José Villegas, con el imponente bronce de La Dogaresa, que a modo de diosa de belleza y muerte, guarda al artista y mira de reojo a Ignacio y José. Al fondo del paseo el Cristo de las Mieles de Antonio Susillo, preside y guarda el camposanto. Avanzando un poco más, un maravilloso Cristo yacente en mármol de Brackembury. "Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, con una forma clara que tuvo ruiseñores ...." Allí estaban las imágenes de referencia y el universo en el que había que buscar a Ignacio Sánchez Mejías. Al lado de José y Rafael el Gallo. De Juan Belmonte y el Espartero. De Gitanillo de Triana y Francisco Ribera y Manuel González. En el Olimpo de los toreros. Cerca de El Chocolate, de Niño Ricardo, de Gabriela Ortega, de Antonio Ruiz Soler. Y de tantos artistas conocidos y anónimos que Sevilla guarda y custodia en su solar.

No cabe duda que Ignacio Sánchez Mejías es uno de los personajes más interesantes de la España del siglo XX. Humanista y aventurero. Una figura del renacimiento digno de El Cortesano de Castiglione. Y que estamos orgullosos que repose en Sevilla, al norte de la ciudad, no lejos de su amado Pino Montano. Y que hizo méritos suficientes para ser recordado entre nosotros, pero no es menos cierto que Federico le regalo la inmortalidad y la universalidad con su llanto.

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