La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
La borrasca Bernard, que impactó sobre la ciudad de Sevilla la tarde del 22 de octubre de 2023, provocó más de dos mil incidencias sobre el arbolado de la ciudad, tantas como las que suceden en todo un año, sin que hubiese que lamentar afortunadamente daños personales. Los servicios municipales actuaron con diligencia y el paisaje apocalíptico dio paso a la normalidad en pocos días. Sin embargo, sus efectos fueron catastróficos sobre el arbolado de la ciudad, pues fueron cientos, si no miles, los árboles dañados o directamente derribados por la fuerza del viento. Fue una catástrofe ecológica, dado que la mayoría de los ejemplares perdidos eran de gran porte, lo que no puede achacarse exclusivamente a las fuerzas incontrolables de la naturaleza, puesto que la velocidad del viento fue de media 60 kilómetros por hora, según la AEMET, con rachas máximas de hasta 103 kilómetros por hora, valores muy elevados pero que no pueden ser considerados como catastróficos.
Hace un año en este mismo foro demandábamos al Ayuntamiento que hiciera de la necesidad virtud: debía elaborar y hacer públicos los estudios pertinentes para conocer con exactitud los daños observados: ejemplares abatidos, especies afectadas, cobertura perdida, para, en función de los datos disponibles en el Sistema de información sobre el arbolado de Sevilla, poder sacar conclusiones sobre las causas de que un número tan elevado de ejemplares hubieran sucumbido a un temporal que no podemos considerar excepcional, salvo en los daños que había provocado. Estos estudios debían permitir al Ayuntamiento sacar conclusiones para hacer más eficiente su política de plantaciones y mantenimiento del arbolado, pero nada de ello ha sucedido, puesto que los datos de los árboles talados y apeados como consecuencia del paso de la borrasca están incompletos, se desconoce el alcance de la arboleda perdida, y solo ha trascendido públicamente un escueto informe de valoración del estado del arbolado tras Bernard en el que se señalaba la necesidad de apear 278 ejemplares al haberse comprometido sus condiciones de seguridad por los daños sufridos por el temporal.
También entonces abogábamos por que la superficie de cobertura perdida fuera recuperada cuanto antes, lo que obligaba a dotar con más recursos y ambición a los programas de plantaciones anuales. Desgraciadamente en la plantación de la temporada 2023-24 por diversas circunstancias el número de árboles plantados fue sólo 2.000 ejemplares, dato muy inferior al de los años anteriores (entre 4.000 y 5.000 árboles), por lo que las marras o alcorques vacíos han crecido sensiblemente. Esta tendencia puede revertirse con el reciente anuncio de la Directora de Medio Ambiente de que en la temporada 2024-25 se van a plantar más de 5.700 árboles, número que nos parece insuficiente ante la magnitud del reto al que nos enfrentamos.
Lo cierto es que a nuestro juicio, y con los datos disponibles un año después de Bernard, la situación del arbolado en la ciudad no ha mejorado y el porcentaje de cobertura arbórea retrocede por varias razones: las nuevas plantaciones son insuficientes para sustituir un arbolado mayoritariamente maduro (73%) y con numerosos problemas (el 44 % tiene un estado defectuoso), que arrastra años y años de maltrato: se permiten zanjas para instalar servicios muy próximas a los árboles, que dañan sus raíces, los alcorques en muchos casos son inadecuados y los asfixian, muchas de las podas no llegan en su momento, o son excesivas y los debilitan, los riegos no son suficientes en las situaciones de sequía extrema, y así un largo etcétera. El arbolado privado también retrocede, fundamentalmente en los barrios de tipo ciudad-jardín (Santa Clara, Heliópolis, La Palmera, Elcano...) pues la normativa del PGOU y las ordenanzas que lo amparan se ignoran tanto por la Gerencia de Urbanismo, como por Parques y Jardines.
Nos encontramos ante una situación de emergencia climática que provoca una sobremortalidad atribuible a las islas de calor urbanas, agravadas por la contaminación acústica y atmosférica, fenómenos todos ellos mitigables por el arbolado. Se trata de una cuestión de salud pública, no solo ambiental o de paisaje urbano. Sevilla no puede permitirse perder cobertura arbórea, único instrumento conocido para poder adaptarse y paliar las consecuencias de este terrible fenómeno. Al contrario, debería apostar de forma contundente por la renaturalización de la ciudad: llenar de árboles los miles de alcorques vacíos, abrir los cientos de alcorques sellados, proteger a los ciudadanos en aquellos espacios públicos que aún carecen de arbolado, forestar carriles bici y acerado para hacer posible la movilidad activa, amparar de manera eficiente el arbolado privado, evitar los aumentos de edificabilidad que amazacotan las parcelas a costa de los árboles, como está ocurriendo con las residencias universitarias de la Palmera. Y, por último, impulsar la gran infraestructura verde pendiente, anunciada desde 1998 y nunca ejecutada: un Anillo Verde de carácter metropolitano sobre suelos públicos, apoyado en el Guadalquivir, en el Guadaíra y en los arroyos Ranilla y Tamarguillo.
Pero todo ello no será posible sin un aumento muy significativo de los recursos humanos y económicos, aún muy lejos de lo que demanda el reto al que nos enfrentamos, y una mejor coordinación entre el Servicio de Parques y Jardines con la Gerencia de Urbanismo y con EMASESA, organizaciones que actúan demasiadas veces de manera poco ejemplar sobre el arbolado urbano. A este equipo municipal se le acaba el plazo al traspasar esta primavera el ecuador de su periodo de gobierno, pero aún tiene la oportunidad de impulsar un cambio de tendencia que es una demanda ciudadana y una necesidad perentoria para luchar contra el cambio climático. ¿Cómo querrá ser recordado?
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