El arte, qué cosa más abstracta

Hay mucho de cuñadismo en el desprecio a las vanguardias (eso lo hace mi niño, dicen mientras se palpan la pernera)

Cuando murió Rocío Jurado, de los cientos de artículos que se escribieron rescaté uno y lo tuve pinchado en el corcho de mi despacho muchos años. Lo firmaba José Miguel Ullán –poeta, periodista, mala y divina lengua– y se titulaba: “El arte, qué cosa más abstracta”. Al parecer la Más Grande, del brazo del periodista, había visitado por primera vez el MOMA y, emocionada y agradecida lógicamente, suspiró esta sentencia en la misma salida del templo mundial del arte contemporáneo. No se me ocurre mejor manera de definir el hecho creativo en sí y aún menos la nebulosa no figurativa que a veces acompaña al valor que supuestamente tienen las artes plásticas y visuales hoy. Es muy comentada la broma que, se dice, hizo el muy genial Tapies poniendo un garabato enseñando la salida de una de sus expos provocando colas de admiradores a lo que suponían parte de su obra. Hay mucho de cuñadismo en el desprecio a las vanguardias (eso lo hace mi niño, dicen mientras se palpan la pernera), pero también es cierto que los mortales rasos contemplamos a veces el mundo del arte contemporáneo como un mercado de bitcoin, humo que sube y baja, una nueva corte de los milagros donde invertir, donde no caben los no elegidos. Esa impresión me ayudó a desarmarla el inolvidable Paco Molina que, además de pintor, llevaba un maestro de miradas en su ADN y que insistía en que todo se educa, también el gusto, también la vista. Lección que me ha confirmado la magnífica y didáctica gestión que en los últimos trece años ha hecho el ya cesado director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Juan Antonio Álvarez Reyes. Cuando ganó el concurso, previo dictamen de un comité de altísimo nivel, que ahora ha dimitido en bloque, supimos que venía avalado por una brillante trayectoria como experto y comisario de arte. Lo que no sabíamos es que con recursos muy limitados ha sido capaz de ampliar la colección (luego el patrimonio de todos) con donaciones tan importantes como las de Pérez Villalta o Carmen Laffón y mantener una oferta competitiva con cualquier museo internacional. Artistas de prestigio y, lo que me resulta imprescindible en un centro público, de compromiso y valor social. La lista es larga, pero ver en Sevilla al disidente chino Weiwei o las feministas Agnés Varda y Suzanne Lazy nos hacía sentir en Londres y Nueva York. Sin complejos y sin olvidar la presencia de grandes de casa como Laffón, Barbadillo, Duclós, Nazario o Prada Poole. Por emocionar, descubrir o por hacer pensar, el CAAC se ha convertido en un lugar necesario, además de bellísimo en su enclave y su historia. Con una programación independiente de intereses particulares, esos que, desmintiendo a la muy grande Jurado, no son nada abstractos sino radicalmente concretos: Puro Valdés Leal, in icto oculi, por ejemplo. Ay.

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