José Ignacio Rufino /

La bestia cumple cinco añitos

El poliedro

Cuando en 2007 se destapó en EEUU el agujero de las 'subprime', nadie pensó que su efecto aquí sería brutal

11 de agosto 2012 - 01:00

ESTA semana ha cumplido cinco añitos. La bestia estaba larvándose desde antes en las entrañas de los balances bancarios y los presupuestos públicos y familiares, pero no salió a dar guerra -y cuánta- hasta agosto de 2007, como en aquella película se despamarramaba letalmente el alien contra el que luchaba Sigourney Weaver, un bicho que después tomaba diversas y repulsivas apariencias y se reproducía en distintos sitios. Como la crisis. Si en el origen fue la codicia de los intermediarios financieros estadounidenses, que daban hipotecas -las llamadas subprime- a quien no las devolvería nunca; si fueron, después, los brókers globales que empaquetaban esa excrecencia con otros valores y los vendían con lacitos dorados a ricos incautos, propiciando la epidemia a tiro de clic; si fue, ya enfocando más, un euro que hacía llegar baratísimo dinero a crédito a espuertas, que los bancos, las empresas y los particulares cogíamos como jazmines ajenos... si fue todo eso metido en la olla exprés global que acabó estallando y haciendo más daño a unos que a otros, la realidad con cinco años de perspectiva es que el monstruo está fuerte como un toro. Y especialmente fuerte en la llamada Piel de Toro.

Si existe una asimetría en la información, ésa es la del conocimiento financiero: los bancos y otros agentes financieros tienen mucha más y mejor información que los particulares. Por eso, el axioma de "vivir por encima de nuestras posibilidades" es una bofetada sin mano, aunque no exenta de verdad: ojalá nuestros hijos hayan sido prudentes, y no escuchen los cantos de sirena de bancarios y políticos soberbios, cuando la crisis de su vida les alcance. Aunque debemos dudarlo: nadie escarmienta en cabeza ajena, y menos en cabeza fallecida. Por mucho que las grandes crisis hayan sido esencialmente iguales. Si tenemos en cuenta que buena parte de nuestro sistema bancario estaba politizado, nuestra propia crisis privada estaba adobada de convolutos generados alrededor de recalificaciones, miríadas de ladrillos alien, engendros a trío entre políticos, cajeros y empresarios. No todos, claro, no todos. Sólo bastantes. En ese camino de hiperventilación y dopaje económico, España no hizo caso a un hecho crítico: todo valía en España, cualquier cosa podía hacerse, tonto el último. Al balde y al lujo se acostumbra uno muy rápido. Y si es con dinero público, o a costa de mermarlo, pues patada a seguir. No sólo avivó el incendio la letal ley liberalizadora del suelo de Aznar, sino también los otros delitos y manejos en el otro lado de la partitocracia, un PSOE que ahora hace bandera de la defensa de lo público.

Porque la crisis que vino de fuera pero encontró su biotopo perfecto aquí adentro amenaza con acabar con el Estado de bienestar. Término decadente y naif donde los haya. A la postre, las imprudencias y barbaridades realizadas por los bancos las pagan los ciudadanos, machacados a impuestos, recortes de prestaciones sanitarias, educativas y sociales en general, y víctimas de un desempleo galáctico. Los bancos nacionalizados lo son sólo para ser reciclados para su venta o cierre, porque el Estado no quiere gestionarlos: se declara inútil. Sólo parece valer la iniciativa privada. ¿La misma iniciativa privada sin control que ha llevado al país y a medio planeta a un empobrecimiento que va a suponer muchos pasos atrás en riqueza y desarrollo? Cuidado, hablamos de iniciativa privada financiera, es decir, bancos y aquí cajas, brókers, bancos centrales (públicos, pero negligentes o conniventes), agencias de calificación. Y las únicas medidas son el desguace y el bacheo -inmensos baches insondables- de las entidades que repentinamente resultan estar no ya quebradas, sino en una ruina capaz de llevar a medio mundo, y más a este país, a varios años de postración. Mientras no haya un verdadero control de las excesivas, peligrosas y hasta fraudulentas prácticas financieras (cuyas operaciones son más diez veces de mayor dimensión que la economía real, "la que hace cosas"), no sólo no se habrá resuelto el problema, sino que la criatura resurgirá aquí o allí, con esta u otra forma.

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