¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La cabeza de Margarita Robles

El bloque plurinacional no pide cabezas para defender la democracia, sino para desmantelar aún más el país

Ilustración de la ejecución de Luis XVI.

Ilustración de la ejecución de Luis XVI. / MG

LA Revolución Francesa supuso, entre otras muchas cosas, el perfeccionamiento del arte de cortar cabezas. Con esa habilidad que tienen algunos progresistas para maquillar el horror de sus utopías, el cirujano Joseph Ignace Guillotin convenció a la Asamblea Nacional, de la que era diputado, de la necesidad de construir una máquina que garantizase un tajo certero e incontestable, que no dependiese de los estados de ánimo y la destreza del verdugo, evitando así sufrimientos innecesarios al reo. La guillotina se vendió como un hito en el avance hacia ese futuro de igualdad, libertad y fraternidad que tantos millones de muertos está costando alcanzar. Hermosas palabras de sucia aplicación. La guillotina fue, pues, un paso más en la mecanización de la muerte que encontró su más negro esplendor en Auschwitz. Sin embargo, pese a los principios racionalistas de monsieur Guillotin, pronto el populacho parisién supo convertir las ejecuciones en auténticas orgías de sangre al crear esa hermosa tradición revolucionaria de procesionar por las calles con las cabezas de los ajusticiados clavadas en altas picas, de la que tenemos abundante memoria gracias a las ilustraciones de la época.

Estos días surrealistas de claveles y vino, de entre el estruendo de la Feria se abre, en forma de eco lejano, el clamor verdugo de la Corte. ¡Queremos que rueden cabezas! gritan los del bloque plurinacional-progresista. Y la pieza mayor, la testa más deseada, es la de Margarita Robles, ministra de Defensa y una de las pocas políticas que ha mantenido la dignidad del Gobierno de España frente al cinismo de Pedro Sánchez, las sobreactuaciones populistas de Podemos y los intentos del soberanismo catalán y vasco de finiquitar la España que heredamos de nuestros padres para dividirla en parcelas. Cuando la extrema izquierda y el independentismo piden excitados que “rueden cabezas” por el caso Pegasus no lo hacen para defender la democracia, sino para avanzar en el paulatino desmontaje de la nación española. Y el trofeo más alto, el que muchos quisieran tener colgado en el salón de su casa, es el de la ministra Robles, uno de los últimos bastiones del antiguo PSOE, el que no renunciaba a la E de sus siglas. Puede que Sánchez los intente contentar con el cese de la directora del CNI, Paz Esteban, pero probablemente no será suficiente. Quieren a Robles y punto. Y Sánchez cada vez pone más su cara de apuñalar por la espalda. Y las picas ya están alzadas en la plaza pública. Quieren cabezas.

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