La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
En las próximas semanas escucharán hablar mucho del 28 de febrero de 1980. Se cumplen cuarenta años del referéndum que se decidió convertir en hito fundacional de la autonomía andaluza y con las nuevas autoridades del palacio de San Telmo subidas, con fervor de converso, al carro del andalucismo es de prever que se tire la casa por la ventana en los actos conmemorativos que se preparan. Está justificado. En aquella fecha cristalizó un sentimiento que se había venido fraguando incluso desde ante de la muerte del dictador y que tuvo su aldabonazo el 4 de diciembre de 1977 en manifestaciones multitudinarias en toda la región. No hay que olvidar aportaciones trascendentes en la formación de esa conciencia, como la que realizó el periodista Antonio Burgos en 1971 con la publicación de Andalucía, ¿tercer mundo?, un ejercicio de valentía en unos momentos en los que no era nada fácil asumir tesis como las que se defendían en ese libro. Gracias a esa aportación y a otras -sería injusto no citar a Alfonso Carlos Comín- se fue creando en círculos intelectuales y de oposición al franquismo la conciencia de marginación de Andalucía.
Esos son los ejes sobre los que se construye el sentimiento andalucista que cristaliza tras la muerte del dictador y que es aprovechado por el entonces arrollador Partido Socialista de Felipe González para arrinconar a la UCD de Adolfo Suárez y levantar una bandera que hasta entonces nadie había cogido. Todos los errores que se pudieron cometer en torno a la exigencia andaluza de autonomía los cometió Adolfo Suárez y todos los aprovechó el PSOE para hacerse la fuerza hegemónica en la región durante cuatro décadas. Una hegemonía que aguantó y aguantó hasta que murió el año pasado por puro desgaste de materiales, como muy bien pudieron acreditar, en diferentes momentos, Javier Arenas, Alejandro Rojas Marcos o incluso, Manuel Clavero Arévalo.
Lo que vino después del 28-F fue la construcción de una gigantesca máquina administrativa y de control político que hoy pervive con una aparente buena salud. Conviene preguntarse ahora, con la perspectiva que dan cuarenta años de historia, si las expectativas con las que cientos de miles de andaluces salieron a las calles el 4 de diciembre de 1977 o fueron a las urnas con su sí en la mano el 28 de febrero de 1980 se han cumplido o se han quedado, como tantas cosas en Andalucía, en el camino. Pero ésa es otra historia sobre la que convendrá volver en breve.
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