Una caseta para ‘Los Renegados’

Si existe la caseta de los niños perdidos, debiera haber también otra para los adultos perdidos y fuera de onda

A uno, la verdad, le da apuro poner al día y dar lustre a su genética sevillana cuando llega la Feria de Abril. En estos días de preferia hay quien siente como una lucha sorda entre la posible farsa interior y la farsa que llega de fuera. Y a ver cómo explica uno esta porfía sin dar la brasa a los sufridos lectores. Dicen, por ejemplo, que es divertido y sevillanísimo el anuncio que Tussam ha preparado para fomentar el transporte público en los días de Feria. Todo es cante, baile y alegría a las sevillanas maneras dentro de un cubículo de Tussam. La verdad es que el anuncio sólo me hace sentir como amortizado.

Desde hace ya años, la cuenta atrás para la Feria me produce un no sé qué de extrañeza. Me hace sentir cierta extranjería tristona y un desajuste grave con el pasado. Claro que uno vivió –¡y se bebió!– sus Ferias de Abril. Pero ahora todo lo que rodea al preludio de la Feria se me vuelve enfermizamente ajeno. Decir estas cosas lo convierten a uno en un felón en su propia tierra natal. ¿Qué se le va a hacer? Quizá la solución sea que los sevillanos renegados de la Feria podamos tener nuestra caseta para poder disfrutar no ya de un familiar encuentro anual, sino de un desencuentro con todos sus honores, donde podamos compartir la extrañeza y cierta extravagancia con sabor a manzanilla muy seca. Es más, si existe la caseta de los niños perdidos, debiera haber también otra para los adultos perdidos o directamente extraviados y fuera de onda.

Para que a uno no lo llamen aguafiestas o directamente bobo (en cualquier caso me da igual), diré que la Feria sigue teniendo su viveza y una alegría estética difícilmente igualable respecto a otras fiestas de España (farolillos, trajes de gitana, enganches, pañoletas y lonas rayadas, caballistas, amazonas, chaquetas, corbatazos, fauna repija, periférico animalario, preciosos mantones, etc.). Pero detrás de la tramoya de los mil colores uno advierte con los años no ya un cansancio, sino una figuración como pasada de moda, donde la impostación impone su master class de estar sin estar.

Uno nunca fue ni un cartujo ni un árido hijo protestante sometido al rigor y al comedimiento. Pero ahora, con los años, todo se ve de otra manera y uno se recuerda en las Ferias de antaño como un figurante recubierto de cera. Es probable incluso que los aspirantes a socios de la caseta de los adultos perdidos hayamos empeorado. Pero he aquí nuestra petición. Queremos un espacio para los apóstatas de la Feria en el lugar más feo del real y que figure en la pañoleta el nombre de Los Renegados (se acepta el de Los Renegaos).

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