ANTEVÍSPERA del enésimo Día D en el último decenio del Sevilla y a medida que se acerca la cita van equilibrándose los pronósticos. Ha dicho Sampaoli, ese hombre que habla con titulares de prensa, que mientras más bajas tenga el Madrid, mejor. Es lo natural, ya que abundar en el tópico de que los que jueguen querrán ganarse el puesto y lindezas así sólo sirven para rellenar discursos sin enjundia y como un recorte de periódico más.

¿Alguien duda de que sin Cristiano es más asequible el Realísimo? Si, además, se anda en la especie de que Benzema y Bale tampoco serán de la partida, que Casilla, no Íker, será el portero y que Kroos va a verlo desde la grada, milonguear con que jugarán con once y que todos son futbolistas del Madrid sonaría a ridículo. Ergo lleva razón Sampaoli cuando reconoce que mientras más titulares no estén en la yerba noruega, mejor para el Sevilla, infinitamente mejor.

Por todo ello, crecen las posibilidades de que esa camiseta tan llena de laureles que el Sevilla lleva a los fiordos se quede obsoleta así que sean las once de la noche en todos los relojes noruegos. Pero esas presuntas facilidades hay que obviarlas. A la cita ha de ir el Sevilla como suele, con el cuchillo en la boca, y la proclama de que nunca se rinde no debe desprenderse de su ADN. Las finales están para ganarlas y en ese apartado nadie duda de que el Sevilla se las avía solito.

Pero lo más interesante del discurso de Sampaoli ha sido que no caben conservadurismos porque si el Madrid lleva la iniciativa te mata. También puede matarte a la contra, pero mientras más control se tenga del pleito más posible es que caiga de lado propio. Pasado mañana es la cita y no sé, pero el pálpito anda por la frecuencia de bisar aquella noche monegasca en que el Sevilla le dio un meneo al Barça. De todas formas y pase lo que pase, los pronósticos se han equilibrado.