El club del Dr. Thebussem

Álvarez Osorio transita por lo mágico y la guasa, por lo grotesco y lo sublime, por lo racional y lo fantástico

El historiador Miguel Martorell –que entre otros muchos libros tiene una exquisita biografía del último duelista, el marqués de Pickman– hablo él sábado por la mañana del club Pickwick, ese invento descacharrante de Charles Dickens. Y lo hizo, oportunamente en la Carbonería al calor de la presentación de la primera novela de Pedro Álvarez Osorio: Laberintos rotos. El dramaturgo, pionero y maestro de tantos, amenazó con seguir siendo feliz escribiendo novela y aún más de estrenarse a los 78 años. El libro está dedicado al abuelo del autor (“que me ayudó a crecer”) y es efectivamente un laberinto de recuerdos, de memorias posibles y de otras probadas, de personajes reales y de otros que podrían haberlo sido. Teresa, una mujer que acaba de ser diagnosticada de esa enfermedad que roba la memoria, decide combatirla buscando en su pasado. En la caja 17, la parte alícuota de la biblioteca de su abuelo que ha recibido como herencia. En esa caja, tal lámpara de Aladino, encontrará a Thebussem, el seudónimo del peculiarísimo Mariano Pardo de Figueroa, gastrónomo y cervantino con la misma pasión. Una biblioteca desmembrada es un laberinto roto, pero también es un camino por el que Teresa viaja a un pasado que es también ella, a aquella generación vanguardia del siglo XX. Excéntricos, poliglotas, viajeros sin avión ni visa. Como en su teatro, en sus ensayos y sobre todo en su conversación, Álvarez Osorio transita por lo mágico y la guasa, por lo grotesco y lo sublime, por lo racional y lo fantástico. No es casualidad que sienta fascinación por aquella vanguardia que lo mismo creían en adivinas –y se casaban con una, como Elliot– que recibían en la cama como Valle Inclán o escribían de Cervantes y de solomillo Wellington como Pardo de Figueroa. No se les conoce tales hábitos –por el momento– pero el sábado en La Carbonería, el autor convocó a la pura vanguardia heredera de aquella, protagonista desde los años sesenta y en perfecto estado de revista. O sea, de talento. Al calor del libro –y el potaje que lo coronó, faltaría– acudieron generaciones de varios palos y varias generaciones. Actores como María Galiana, Justo Ruiz y Juan Carlos Sánchez, escritores como Rodríguez Almodóvar y Salvador Compán, músicos como Antonio Smash, historiadores como Carlos Arenas, documentalistas como Eloísa Baena, políticas como Amparo Rubiales, periodistas como María Esperanza Sánchez y Lola Cintado, críticos como Javier Paisano y un grupo de profesores, sindicalistas, médicos incluso, activistas de la cultura todos. No hay nostalgia en la novela de Pedro (la nostalgia ya no es lo que era que dice su querida Signoret) sino la celebración de la curiosidad, la gratitud por lo hecho y la voluntad de no dejar de hacer. Un club del Doctor Thebussem, que, como la tarea novelística de Álvarez Osorio, auguro no ha hecho más que empezar.

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