El automóvil privado y popular es un hito del desarrollo humano. Henry Ford, ingeniero de Michigan, con su empresa, la Ford Motor Company, contribuyó decisivamente al surgimiento de la clase media -no sólo estadounidense- gracias a la monotonía de la producción en masa. Con el tiempo, el coche ha llegado a ser para familias y trabajadores un instrumento necesario; de ahí el término utilitario. Ya en el último cuarto del XX, el rey del transporte a motor era un símbolo de prosperidad y de aspiración y emulación social: ¿fue su padre o su abuelo el que tuvo un seíta o un Renault-12? Para nuestra suerte, es una de las principales industrias de este país: el peso de la automoción en el PIB nacional es superior al 10%… aunque no exista ya una marca española fabricando en España que no dependa de grupos multinacionales, cuyas decisiones estratégicas en la transición al vehículo eléctrico nos quedan, a la postre, alejadas. Preocupante.

Preocupa, y es síntoma de poco desarrollo cívico, el abuso en el uso del coche. Las mañanas de cualquier ciudad se ven incomodadas por histéricos del claxon que tocan su pito con gran descortesía, por listos émulos de Carlos Sáinz o Hamilton, por habituales de la doble fila que inutilizan una vía a otros conductores, y hasta -y esto es quizá más grave- por algunos garbanzos negros del gremio de los conductores de autobuses urbanos que se pasan por el forro su condición de servicio público, y pitan y dan frenazos y se saltan semáforos en naranja sin empacho alguno: amos de la pista al volante de artefactos de veinte metros pagados por todos. "En la mesa y en el juego, se conoce al caballero". Y la dama.

Los pueblos reproducen, a escala, estos vicios de educación: cuanto más prepondere el coche sobre el peatón, más inhóspito es el lugar. Claro que en las localidades más pequeñas suelen imperar unos códigos de tolerancia y reciprocidad, una autorregulación de lo pequeño que no es factible en lo masivo: todos saben quiénes son todos; hoy por ti, mañana por mí.

En este puente que comenzó ayer en España, los mapas de densidad de desplazamientos en vehículos privados se tiñen de rojo intenso. Debemos congratularnos porque los índices de siniestros y muertes en la carretera descienden año tras año. Pero no estaría mal que tomáramos conciencia de que nuestro amado vehículo, pagado a plazos, al contado o por renting es una incomodidad ecológica y, por supuesto, una máquina que nos lleva de un sitio otro. Pero que no otorga derecho alguno a molestar a los congéneres. Precaución, amigo conductor.

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