El cocotero de Carlos Molina

Esta palmera es símbolo del compromiso de muchos vecinos para que Sevilla no se convierta en un páramo

10 de enero 2019 - 02:31

Cual botánico espontáneo, en la más pura tradición sevillana de Simón de Tovar o Nicolás Monardes, Carlos Molina Lamothe plantó un cocotero en un alcorque históricamente abandonado en la confluencia de las calles Exposición y San Salvador, en El Porvenir viejo. Harto de ver el triste hoyo vacío, que apenas servía para acumular basuras varias, el productor televisivo y ex jinete, con el arrojo que les caracteriza a los hijos del Arma de Caballería, cogió los trastos de jardinero y sembró, hace poco más de un año, la grácil palmera que ahora luce con ternura adolescente. Carlos Molina siente el orgullo de la paternidad y, habano en mano, presume de cocotero, el cual, asegura, cuando crezca echará unas palmas parecidas a las plumas de los cascos de los armaos de la Macarena. El arbolillo le da un aire antillano a este rincón de Sevilla cuyo callejero e historia están íntimamente ligados a la América hispanoportuguesa. Sin embargo, recientemente apareció por allí un técnico municipal (terrible palabra) para sentar cátedra y afirmar que la palmera de Carlos Molina "no pega" en aquel entorno. Años aguantando el abandono de los alcorques y el arbolado urbano por parte de nuestro Ayuntamiento para que llegue ahora un funcionario -mitad burócrata, mitad jardinero- esgrimiendo argumentos de modisto petimetre: "Eso no pega". De nada ha servido la alegación de que el ejemplar es un coquito o coco de cachoeira, un tanto eunuco e inofensivo, que apenas cría unas pequeñas bolas que en absoluto amenazan las testas de los paseantes. La sentencia es de muerte y ya sabemos la contumacia de nuestra Casa Consistorial cuando de destruir la floresta urbana se trata. No creemos que Carlos Molina acabe encadenado a su cocotero como en su día la baronesa Thyssen a los amenazados árboles del madrileño Paseo del Prado, pero no nos cabe duda de que alguna artimaña urdirá para salvarlo de tanta descortesía administrativa.

No queremos ser injustos. El Ayuntamiento de Juan Espadas ha sido el más sensible con el problema de la deforestación de Sevilla y ahí están, por ejemplo, planes como el destinado a repoblar más de 1.000 alcorques vacíos de la ciudad. Pero toda maquinaria burocrática civilizada debería tener la suficiente capacidad y sensibilidad para saber valorar y atender casos como el expuesto. Ya lo hizo Soledad Becerril con el indulto del inmenso eucalipto de la calle Pedro Salinas, hoy convertido en el tótem de los pisos de Catalana de Gas. El cocotero de Carlos Molina merece vivir porque es un símbolo del compromiso de muchos vecinos para que Sevilla no se convierta en un inhóspito páramo de hormigón y asfalto.

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