Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En El gran debate, Denzel Washington enseña a sus alumnos que el oponente no existe, que solo es una voz contraria a su verdad. Les entrena para defender ideas, no para buscar la verdad. Para convencer, no para tener razón. Y ahí está la clave: esa misma técnica es la que dominan los más de mil asesores de Pedro Sánchez. En la comisión sobre el caso Koldo, no explicó nada, no aclaró nada. Pero sus silencios lo delatan gracias sus “no me consta”, “no soy consciente”, “esto es un circo”, “investigación inquisitorial” , “no sé”; “lo desconozco” …
Convierte cada acusación en una escena más de su leído relato. Ese gesto, tan calculado, no es casual. También las gafas son su escudo. Pero si el presidente domina el teatro, los senadores parecen no saber en qué obra actúan. La mayoría llegó sin prepararse, desperdiciando una oportunidad histórica. Preguntas largas, confusas, más pendientes de su catarsis que de provocar respuestas verdaderas. Solo UPN y PP formularon cuestiones directas y breves; el resto le doró la píldora o se perdió en discursos huecos. Vox, que pudo haberle acorralado con un interrogatorio perfecto, se limitó a espetarle frases sin estrategia. Los senadores no deben perder ni la perspectiva ni la oportunidad: frente a un actor ensayado, se necesita precisión, no histrionismo. En la comisión, Sánchez no defendió la verdad: la esquivó. Usó la preterición, no hablaré de esto, para hablar precisamente de eso: su fobia al PP. Recurrió al ataque y al desprecio a la institución como estrategia. Su debilidad no está en lo que dice, sino en lo que no puede decir. No puede explicar por qué entre los suyos se repiten en escándalos, ni por qué siempre es otro, normalmente el PP, quien debe asumir la culpa. Su problema es la credibilidad. El de un presidente que ya no convence, solo resiste. Que no debate, esquiva. Que no responde, se ríe, humilla. Lo vimos claro: la verdad le incomoda.
El gesto de las gafas se ha vuelto su tic más sincero: cada vez que se las ajusta, sabemos que viene una evasiva. Y cuando la brújula deja de marcar el norte, ni el gesto ni el guion bastan. El presidente está perdido, y lo sabe. Las gafas de Sánchez no mejoran la vista: mejoran la actuación. En El gran debate se buscaba la verdad; Sánchez, con esas gafas, solo intenta que no la veamos.
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