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EL presidente del Partido Popular de Málaga, Joaquín Ramírez, reunió 1.650 avales para respaldar su candidatura a seguir en el cargo, y el mismo día en que acababa el plazo para presentarlos anunció que se retiraba. Renuncia "voluntaria", y pongan ustedes todas las comillas del mundo para subrayar la impostura de dicha voluntariedad.

La decisión es mía y sólo mía, ha declarado solemnemente Ramírez, a modo de excusa preventiva. Quizás no podía decir otra cosa, bien porque es un hombre responsable y un patriota de partido, bien porque sabe que de su discreción depende también su futuro y que si uno se va dando un portazo la puerta no volverá a abrirse, bien por todas estas razones del corazón, la cabeza y el estómago.

Por eso acepta, obediente, no sólo su defenestración decretada por Javier Arenas, sino escenificarla como producto exclusivo de una reflexión personal. Un teatro que no puede ocultar que lo es: está el hecho cierto de su exitosa recogida de avales -ya comentada-, que haya estado hasta un rato antes proclamando que le hacía ilusión continuar, que haya tenido que improvisarse un sustituto en la persona del actual secretario general, Elías Bedondo, y sobre todo, ¿qué partido es éste que releva a los dirigentes que lo han hecho crecer y lo han llevado a sus mejores resultados electorales? Ramírez cogió el PP malagueño con 7.000 militantes y lo deja con 28.000, y lo ha regido durante una trayectoria de triunfos en comicios municipales, generales y autonómicos (los últimos, hace siete meses). Y tampoco es que lleve una eternidad como presidente provincial del PP. Entró hace ocho años. Otros llevan más, y sin ganar nada.

¿Que qué partido es éste? Pues el Partido Popular de Javier Arenas, que sí ha perdido tres veces las elecciones autonómicas, pero se las ha apañado muy bien para asentar entre las filas populares el dogma de su insustituibilidad y para desprenderse, entre abrazos campeones, de los molestos antidogmáticos (Amalia Gómez, Manuel Pimentel, Juan Ojeda...). Hace unos días se quitó de en medio sin despeinarse a otro clásico de la política conservadora andaluza, el alcalde de Huelva, Pedro Rodríguez, que tampoco repetirá como presidente del PP provincial a cambio de una fantasmal responsabilidad estratégica.

Gran habilidad, la de Arenas: estira los organigramas como chicles para que se acomoden los que van cayendo en desgracia. Tanto es así que en la dirección recién salida del congreso regional hay hasta nueve vicepresidentes y doce vicesecretarios. Al contrario que los partidos pequeños, de los que se dice que caben en un taxi, en el gran Partido Popular de Andalucía, dentro de poco, sólo la dirección va a necesitar una plaza de toros para reunirse.

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