El día de los crucificados

Al girar, la cruz aspada dibuja un círculo, símbolo de la totalidad y la perfección de Dios

Uno siempre escuchó decir y leyó que el Miércoles Santo en Sevilla es el día de los crucificados. En casi todos los pasos del día figura el crucificado muerto o agonizando en la cruz. En Los Panaderos, en cambio, no figura ningún Cristo en el madero, pero siempre me gustó fijarme en la cruz aspada (o decussata) de San Andrés que forma la candelería de ascuas en el paso de la Virgen de Regla. Sobre esta cruz en equis fue colocado el hermano mayor de Pedro, donde fue atado, descoyuntado y puesto boca abajo en Patras, Grecia, en tiempos de Nerón. La cruz en aspa tiene su escandalosa relectura de victoria y perfección. Al girar, la cruz aspada dibuja un círculo, símbolo de la totalidad y la perfección de Dios. Muestra, paradójicamente, el triunfo del mártir sobre todo dolor y desgarro terreno.

Como es archisabido, bajo el poder de Roma la cruz era un simple instrumento de tortura y ejecución a muerte por vía ignominiosa. A través de Cristo, bajo el INRI del ridículo Rey de los Judíos (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum), llegó el escándalo de la cruz como icono de amor hacia lo celeste. Es en el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo. En el crucifijo se muestra el gran libro del amor de Dios, como dice el contestado papa Francisco y como dijo mucho antes Teresa de Jesús. Benedicto XVI, tan socorrido, dijo también que “la locura de la Cruz es convertir el sufrimiento en grito de amor a Dios”. Es una de las citas que a lo largo de los viernes del año nos manda por WhatsApp la Hermandad del Calvario a quienes somos hermanos de la cofradía.

Antes del cristianismo la cruz tenía su otra bella analogía entre el inicio y la consunción, lo alto y lo bajo. Desde los primeros vestigios, la cruz se manifestaba como un símbolo cósmico: la interconexión del cielo con la tierra. Sus brazos guiaron al hombre rupestre en el tiempo (nacimiento y puesta de sol) y en el espacio (tierra y cielo). Son Jesús y el cristianismo los que le dan la vuelta a todo con la remoción de los tiempos y la fuerza esotérica de todo lo que estaba escrito en la naturaleza divina de lo oculto. La cruz dejó atrás toda simbología precristiana (la cruz ansada o egipcia, la esvástica, la tau) y toda asociación romana con la tortura.

Nada de todo esto sabía uno la primera vez que vio, siendo un niño, cómo transitaban por la catedral, uno por uno, los crucificados de las cofradías del Miércoles Santo. Muy lejos queda ya todo aquello. El tiempo, por supuesto, traza su otra cruz de redención particular de lo alto a lo bajo, de la luz al ocaso. Quizá alguien pudiera compartir este viaje.

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