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PLAYAS Mapa con las banderas azules en Andalucía

Pido disculpas preventivas por si en el presente artículo se me cuela una errata o una raspa de sardina. Como conviene ser testigo de lo que se escribe, he ido con afán a la Velá, y es por eso. Los días señalaítos de Santiago y Santa Ana en Triana son un compendio extraño de memoria y deseo, de ideal y realidad. Me explico con un ejemplo. El tendero del mercado me despacha cuarto y mitad de su opinión: no gusta de estas fiestas por bullangueras y por ser nido de descuideros. Me lo dice mientras contemplo, pegado en los azulejos, el cartel de este año. Triana 2019, reza, junto a la imagen postrera del patio exuberante -idéntico a los que se sustituyen por viviendas de lujo- y una mujer consanguínea de las de Romero de Torres. En la Velá, sueño y vigilia suceden a la vez sin llegar a rozarse. La evocación de lo que ya no es contrasta con una realidad que disgusta a no pocos vecinos. Cuando se dice que la Velá se ha desvirtuado, se dice en relación a un ideal extemporáneo. Las hechuras de la fiesta, manifiestamente mejorables, se debieran hacer tomando como base lo real, no la ensoñación de lo que los tiempos -más que el tiempo- y sus lógicas de usura, encarecimiento y desplazamiento del vecindario han devastado o sólo persiste por resistencia.

Dicho lo cual, canto con Dogo: qué bien me lo paso, qué bien me lo gasto. Practico esa cosa tan poco cool de ir a la Velá, lo mismo que me encajo en la Alfama lisboeta en los días del Santo Antonio o he disfrutado La Latina en La Paloma. Es como si las ciudades de pronto recordaran que dejan de serlo (para convertirse en otra cosa menos interesante) si olvidan lo que le queda de pueblo al pueblo, bueno y malo. Me gusta ver en el río, entre muchachos fibrosos, a la nena en biquini que se enjarrilla mirando retadora la cucaña. Me detengo junto a las sillas que ocupan el Altozano, donde se sientan personas más mayores a ver lo que toque. Venden avellanas verdes casi como reliquias. Consultamos dónde ir al baño; no es tan fácil la respuesta. Avanzamos a duras penas por Betis, después de las sardinas, y nos hacemos fuertes en una de las casetas, hasta que nos dan boleto. Volvemos a casa siguiendo un reguero de gritos y basura. Me pregunto por qué hay tanta policía por el Callejón y por San Jorge. Disfrutar de una fiesta denostada en voz bajita -por distintos motivos- por modernos y por rancios me parece una trinchera interesante, aunque algo incómoda. El discurso oficial sobre la Velá debiera comenzar por diluir su contradicción entre sueño y realidad. A partir de ahí, sencillamente acompañar su movimiento: el de un barrio y una ciudad que quisiera disfrutar de unas fiestas que no desmerezcan. Ea. Felicidad para las Anas, para las sabias abuelas. Y para Triana.

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