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Carlos Navarro Antolín

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Los días en que al sevillano todo le sobra

Tenemos un tesoro con nuestra forma de vivir. Dicen que es un valor añadido, pero es mucho más: una muestra de inteligencia Los bares que cierran en Semana Santa

Una mujer con una palma por la Plaza del Salvador en una imagen reciente.

Una mujer con una palma por la Plaza del Salvador en una imagen reciente. / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Con estos cielos que son doseles inmaculados, esta luz de oro blanco y este olor de esencia cara de naranjo es un suplicio tragarse la declaración institucional del presidente del Gobierno para anunciar dos nuevos ministros efímeros. Cuántos sevillanos tienden a aislarse de cuanto ocurre fuera de la ciudad desde esta semana de Pasión hasta el Domingo de Resurrección, cuántos no activan una suerte de servicios mínimos que los aleja de los telediarios, de las encuestas electorales, de las cuitas políticas andaluzas, de las reivindicaciones de Francia, de la turra de las polémicas leyes... Dicen que se trata de un seguro de vida, una suerte de escapismo con fecha de caducidad.

El sevillano no deja de trabajar, pero piensa en lo que considera fundamental estos días. No desatiende sus obligaciones, pero establece claramente su prioridad mental. No deja de madrugar, levantar la persiana y producir, pero dedica tiempo a los asuntos en apariencia secundarios que se tornan en preferentes. De pronto es importante el encargo de un nuevo capirote, comprar las manoletinas o buscar canguro para los críos en Semana Santa. Esa facilidad para cambiar por unos días el orden de importancia de las cosas es toda una virtud en contra de los comentarios prejuiciosos que muchos veces se oyen de Despeñaperros hacia arriba. Se llama salud mental, se llama habilidad para sobrellevar la existencia, se llama tener las ideas claras, se llama estado del bienestar local. A muchos sevillanos les sobra todo estos días. Todo menos la luz, los preparativos, la ilusión, el gozo de la espera, la expectación por cuanto ha de venir. No lo parece, pero todo se vuelve fatuo y de escasa importancia en comparación con los partes meteorológicos y los reencuentros con amigos y familiares.

Chaves Nogales, que escribió de Semana Santa, cuenta la aparente indolencia de los parisinos cuando estaban a punto de entrar las tropas alemanas. Vivían como si no estuvieran al borde de ser ocupados. Tal vez fuera un mecanismo de defensa pasivo. Muchos sevillanos no lo dicen, pero viven estos días como si cuanto ocurriera alrededor les importara un comino. Hay un tipo de sevillano que se defiende del ruido exterior con la energía que le reportan las fiestas mayores. No podemos vivir en el permanente recuerdo de la Semana Santa de la infancia, pero tampoco conectados de forma perpetua a Informe Semanal. Ahora toca la luz y protegerse del mundo exterior con el blindaje de la Semana Santa. No es ningún defecto siempre que, como todo, sea un hábito ejercido con mesura. Complejos, cero. Tenemos un tesoro en nuestra forma de vivir. El cursi lo llamaría valor añadido.

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