Tribuna

Jaime Martinez Montero

Las facturas sombra

ESTO de las facturas y la sanidad no es algo del todo nuevo. Ha habido una evolución que las personas de bastantes años, como es mi caso, tenemos en nuestra mente. Cuando yo era niño se iba al médico y se pagaba la visita. Nadie te daba facturas ni a nadie se le ocurría pedirlas. Más adelante, ya te atendían sin necesidad de que pagaras nada ni de que te hablaran de presentarte la cuenta. Después ocurrió algo curioso. Las personas que pagaban los gastos médicos podían deducírselos del impuesto sobre la renta. Para ello era imprescindible que te dieran la factura. Tras no demasiados años se prescindió de esta deducción, y nadie nos dijo si fue una medida acertada o si salió a mocha por cornada. Quiero decir, si el ahorro producido por la eliminación de la rebaja no fue sobrepasado por la disminución de los ingresos declarados por los profesionales de la medicina, que ya no tenían que sufrir contrastes ni escrutinios. Ahora arribamos a las facturas que no se cobran. ¿Será el paso siguiente las facturas que se cobren en parte, en buena parte, en la mayor parte o en la parte total? Nadie es capaz de adivinar el futuro, así que nos quedamos en el tiempo presente.

Está muy bien lo de trasladar a los pacientes el coste de sus tratamientos u operaciones, aunque no tengan que pagarlo. Otra cosa es si va a conseguir el efecto deseado, que debe ser, creo, concienciar a los ciudadanos del coste real de lo que parece gratis, por una parte, y por otra que no abusen de los servicios sanitarios. Aunque no de manera material, facturas sombra ya hay cuando se compran medicamentos. Por un lado está el coste que aparece en el envase, y por otro lo que realmente se paga. Ello no ha hecho bajar la factura farmacéutica, que, como se sabe, está disparada y es uno de los problemas serios del sistema de salud pública. Sería interesante un estudio, ahora que se hacen sobre casi todo, que desvelara si hay diferencias significativas entre el volumen de los botiquines de los usuarios de la sanidad pública, que tienen las medicinas fuertemente subvencionadas, y los que no lo son. No nos llevaríamos ninguna sorpresa respecto al resultado, pero sí una conclusión archisabida: se abusa más cuanto más barato sea el remedio.

Se pueden producir efectos no deseados. Ya se va viendo que un mismo acto médico (por ejemplo, una operación de cataratas) puede tener distinto coste según el hospital en el que se lleve a cabo. Me imagino que esto ocurrirá con casi todas las intervenciones y tratamientos. ¿No podrá ocurrir que los pacientes se sensibilicen ante este fenómeno y, sin entrar en las consideraciones técnicas y en los detalles de logística que explican las diferencias, empiecen a sospechar que cuanto más barata sea la intervención, de peor calidad es la misma? O dicho de otra forma: yo quiero que me operen donde más vale, no donde el precio sea más bajo. No les cuento nada la que se puede liar si da la casualidad de que a la persona a la que hayan intervenido por el precio más módico no se pone bien, tiene complicaciones o, Dios no lo quiera, se muere.

Pienso yo que se habrá previsto un protocolo que delimite claramente los casos y situaciones en los que no se entregará factura-sombra. En Guerra y Paz, de Tolstoi, Pedro, uno de los protagonistas, "cayó enfermo de fiebres biliares y se vio obligado a guardar cama durante tres meses. A pesar de los cuidados de los facultativos y de la gran cantidad de medicamentos que le administraron, Pedro recobró la salud". Hay veces, cada vez menos, afortunadamente, en los que el tratamiento prescrito no es el adecuado o, incluso, puede ser agravante de la enfermedad que se padece. No hablemos de las operaciones que salen mal, o de las negligencias de las que da cuenta la prensa: al que le cortan la pierna que no es, a o a la que le dejan unas gasas dentro de la cavidad abdominal, etc. ¿Habrá facturas en estos casos?

Y llega la muerte, inexorable. A veces la operación es un completo éxito, pero el paciente muere de alguna otra cosa. O esa muerte se produce pese a ser magníficamente atendido, prolijamente operado y generosamente acoplado a máquinas sofisticadas y caras. ¿Se le ha de entregar a la familia, junto con el cadáver, la factura de lo que le ha costado morirse? ¿Se actuará con delicadeza o se entregará caiga quien caiga? Con esto de las facturas recuerdo aquel hecho, de principios del siglo pasado, en que trajeron desde París a un eminente cirujano para que operara en el pueblo a un rico campesino que estaba muy mal. El cirujano llegó tarde (ya se sabe cómo eran por entonces los transportes) y su enfermo estaba de cuerpo presente. Esto no le disuadió de presentar su minuta, y cuando la viuda le hizo notar que cómo les iba a cobrar tanto sin hacer nada, el afamado doctor le contestó: "Por mí que no quede. Traigan al muerto que lo opero ahora mismo".

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