La tribuna económica

Gumersindo / Ruiz

La guerra fría de las divisas

POCAS cosas eran tan importantes para la economía de Andalucía como el tipo de cambio de la peseta. Cuando se producían las devaluaciones, algo frecuente, cobraban más valor las remesas de los emigrantes, se recuperaba el turismo europeo, el alquiler y venta de viviendas a extranjeros, y había un impulso para nuestras modestas exportaciones. En los últimos tiempos, con el euro, algunos han disfrutado de ir a Estados Unidos, Gran Bretaña o Suiza, con una moneda fuerte, pero las empresas exportadoras y el turismo, que dependen de países de fuera del área del euro, han echado en falta una moneda más débil que les permitiera alguna ventaja frente a otros competidores.

La crisis pone de relieve que, aun con crecimiento económico, no se genera empleo suficiente; los países tratan de vender lo más posible en los mercados internacionales, y una moneda depreciada hace que los productos y servicios sean más baratos. China mantiene un control directo para evitar que su divisa se aprecie, Japón ha devaluado, Brasil advierte que no está conforme con que su divisa se haya apreciado un 25% respecto al dólar; y Europa siente que la fortaleza del euro no le ayuda a vender más y generar empleo. Está claro que si todos los países forzaran sus divisas a la baja la situación se quedaría igual; una guerra de devaluaciones no es probable, y además va en contra de los principios de mercado que la mayor parte defiende, al menos, formalmente. Pero hay formas de depreciar una moneda, como la política monetaria de liquidez y bajísimos tipos de interés que se practica en EEUU, y también el gran déficit público. Estas políticas, aunque no se tomen abiertamente para este propósito, sí que tienen el efecto que señalamos sobre la divisa.

La intervención en el yen de hace tres semanas provocó una caída de la que se recuperó la semana pasada; se trataba de una compra importante de dólares por el banco central, que los mercados interpretaron con exageración, quizás por las suspicacias que surgen en torno a los tipos de cambio. Hay el temor de que esto se convierta en paranoia y Japón trate de defenderse no del dólar sino de China, que está comprando deuda pública japonesa, igual que ha venido haciendo con la norteamericana, apreciando así el yen y el dólar y depreciando su divisa, el yuan. La obsesión por las exportaciones puede ser un problema internacional muy grave si se agranda el desequilibrio entre los que compran y los que venden. China tiene ya más de 2.500 miles de millones de dólares acumulados en reservas, que no le proporcionan rentabilidad neta, por lo que pueden considerarse una forma de subvención a la exportación. Entre superávit comercial y entrada de capital las principales economías emergentes tienen un excedente de 535 mil millones de dólares.

La guerra fría de las divisas, con sus planteamientos oblicuos de expansión monetaria y compra de deuda de unos países por otros, puede añadir más incertidumbre al panorama actual. No es extraño que, ante la ausencia de un valor claro para las divisas, los inversores se refugien en el oro, lo que es una mala señal, pues indica que algunos problemas y desequilibrios que dieron lugar a la crisis siguen estando entre nosotros.

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