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antonio zoido naranjo

Historiador

La historia no va a la escuela

Es posible que Arthur C. Clarke se inspirara en España para crear, en 2001, una odisea del espacio la escena en la que a HAL 9000, al ordenador que ha querido imponer su voluntad en el universo, lo van privando de sus facultades "mentales" y se desmemoria. Es posible porque eso es lo que le ocurrió a este país hace ya tiempo y ahora, cuando ocasionalmente la materia gris de su cerebro percibe voces del pasado, éstas llegan siempre sin reflexión, en forma de simple anécdota, como respuesta a la pregunta producto del albur de un concurso o de la que algún autor de aburridos pasatiempos ha escogido para el envés de una hoja de calendario o el sobre del azúcar que nos ponen por delante con el café.

Hace poco una de esas voces llegaba a través del cuadro El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros, de Antonio Gisbert Pérez, que el Museo del Prado ha expuesto en la muestra Una pintura para una nación. Este periódico se hizo eco de eso entonces y en algún otro medio se comparó esa obra con el Guernica. Ingenuamente creí, en un principio, que era por su asunto -los injustos asesinatos cometidos por un poder dictatorial- pero después vi que la asociación de ideas la producía el hecho de que esta obra ocupó el hueco que dejó en el Casón del Buen Retiro el mural de Picasso cuando fue trasladado al Reina Sofía. Ello era prueba evidente de la desmemoria nacional y lo que convertía en pura filfa el pretendido mensaje a todos los españoles que pretendieron dar los prohombres de la Restauración al encargar el lienzo a Gisbert con el objetivo de crear una corriente de patriotismo democrático o, al menos, moderno.

Vano intento porque, después de casi siglo y medio, aquel mensaje dirigido a la nación no ha llegado a su destino. Aquí nadie sabe hoy quien fue el Torrijos pintado por Gisbert, tampoco a quiénes se refería Goya en los fusilamientos de la Moncloa ni qué sucedió en el reinado de Fernando VII o cuáles fueron los avatares de la Constitución de 1812. Tampoco qué sucedió en el reinado de Isabel II o cómo y por qué se desencaderon lo que la gente llamaba las guerras de África y de qué manera vino y se fue la I República. De modo que, gracias a esa nebulosa cerebral, cada cual puede referirse a nuestra Historia común contando lo que le parece para proponer patriotismos a gusto del consumidor.

El pasado nos llega envuelto en las mismas sombras que se movían en la caverna de Platón y las voces de quienes nos precedieron sólo las percibimos con la resonancia confusa del eco. Por eso, en los momentos trascendentales, ya sea con la ayuda de la fuerza centrípeta o con la de la centrífuga pueden abrirse paso las mismas chácharas de los vendedores de ungüentos maravillosos y licores curatodo de las películas del Oeste. Por eso podemos navegar en las naves interespaciales del consumo pero no podremos saber nunca quiénes somos. Hemos conseguido que todos los niños estén escolarizados pero no hemos logrado que nuestra Historia vaya a la escuela.

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