Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Esto es insostenible

Donde se anuncian las tapas y raciones, el bar lo preside la palabra Sostenibilidad

Puede que sea una tapa de la nueva cocina. O que la sirvan por raciones. ¿Te la pondrán vuelta y vuelta o convendrá pedirla poco hecha? En la calle Trajano han reabierto con otro nombre un local que antes llevaba el del emperador poncino que llegó hasta la Dacia mucho antes de que las huestes del Steaua de Bucarest (Lacatus, Piturca,Duckadam…) conquistaran Hispalis. El mostrador lo preside una palabra que parece una locomotora: Sostenibilidad. La acompañan sus hermanas pequeñas: Felicidad, Vitalidad, Respeto. Es el vocablo de moda. Si no eres sostenible, no eres nadie. Vale para los tratados de Pesca, la Feria del Libro de Fráncfort o el Sínodo de los Obispos. Quien no es sostenible, además de ser insostenible, no existe. Sostengo, luego existo, corregimos a Descartes. Y poco falta, ahora que ha muerto Georgie Dann, para que la palabra se incorpore a las canciones del verano. Yo soy sostenible porque el mundo me hizo así.

Voy a hacer de Lázaro Carreter para poner el dardo en la palabra. ¿Por qué contenidos tan loables y hermosos como el cuidado del medio ambiente o la aspiración a una vida más sana y equilibrada tienen que ir encapsulados en continentes tan horrísonos? Ya puestos a poner palabras tan polisilábicas, podían haber elegido Vladivostok o Nobosibirk. En el colegio, las palabras kilométricas despertaban nuestro asombro, fuera el esternocleidomastideo o el tetrástrofo monorrimo, el mítico cuarteto de versos alejandrinos. Si Sostenibilidad fuera el nombre de un futbolista en aquel zoco infantil de los cromos, habría sido de los más buscados con sus catorce letras, una menos que Martín Esperanza quince (en el juego había que acompañar el nombre del jugador con el número de letras) o Juan Bautista Asensi, dieciséis, que venía así cuando jugaba en el Elche para distinguirlo de su hermano Antonio Asensi, ambos tíos de la escritora Matilde Asensi, y quedó reducido a las seis letras de su apellido cuando fichó por el Barcelona. En esa época valían doble los futbolistas con más de nueve letras (Mingorance, Zorriqueta, Araquistain…), los monosílabos (esa partitura mágica del Lo, Re, Niz, Blas, Sol) e injustamente los del Real Madrid, aunque fueran Iznata o Macanás. Si al menos fueran Pirri y Zoco, el sostén medular de aquel equipo yeyé, esposos respectivos de Sonia Bruno, que volvía loco a Berlanga, y María Ostiz, orfeón unipersonal.

A Joaquín Arbide, que nos dejó este año, dramaturgo, periodista y excelso sociólogo de los bares, no le habría pasado desapercibida la palabreja en este frontispicio donde se suelen colocar los días que faltan para el Domingo de Ramos, la promoción de pavía con botellín o la oferta de la paella, que siempre acaba de salir.

La nueva política de retórica huera trae estos pomposos vocablos que se arrastran en la lengua como Nabucodonosor, Asurbanipal y Asurnasirpal, predecesores de Martín Esperanza quince y Juan Manuel Asensi dieciséis. A Sostenibilidad sólo le falta la vocal U, la de mi amigo Urruchurtu. Su primo jugó en el Baracaldo y en el Cádiz y valía doble.

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