La intimidad en el piso de la playa

Algún divorciado se despierta bruscamente al revivir en una pesadilla las noches de colchoneta

03 de agosto 2019 - 02:30

Si es conveniente viajar donde hayan estado antes los romanos, es también muy recomendable hacerlo salvaguardando un valor en notoria decadencia: la intimidad. La gente hace el indio en verano con la coartada del calor al orillar las más elementales normas de decoro, pero también presenta una tendencia masiva a la llamada convivencia grupal, que no es más que una modalidad de hacinamiento, fuente de problemas inmediatos y de traumas futuros. No venda su intimidad compartiendo apartamentos. Se arrepentirá casi tanto como al probar la tapa de rulo de cabra. Hay algún divorciado que se despierta bruscamente al revivir en una pesadilla los días que pernoctó en una colchoneta en el salón del piso de la playa de sus suegros, decorado como un colegio mayor en el tardofranquismo. ¿Qué es la intimidad? ¿Y tú me lo preguntas?, cuestionaría el poema. La intimidad es tener la posibilidad de pasar en calzoncillos por el salón de su casa sin que nadie extraño a la familia le sorprenda. "Oiga, pero eso no se debe hacer nunca". Por supuesto, pero se trata de no perder la opción, no de hacerlo.

Dejen las convivencias para el camino del Rocío. Olviden la cohabitación en esos pisos de la playa convertidos en pateras, donde se regatea quién hace la compra, se investiga quién gasta demasiado papel higiénico y por supuesto a quién le toca cocinar. Determinadas experiencias pueden salirle muy caras cuando en principio están enfocadas para no gastar. Reconózcalo, las literas son para la mili. El que va de botellona es porque no tiene perras para entrar en un bar de copas, y el que se empotra en verano en un piso ajeno es porque anda más tieso que la garrocha de Javier Buendía. No se engañe, no se haga trampas al solitario.

Puede generarle un sufrimiento atroz soportar que su sobrino pida el plato más caro de la carta mientras usted ha instruido previamente a su prole para aceptar los macarrones que usted les pida. Limpiar la arena de la bañera dejada por otro es una estampa que no olvidará jamás. Y no me dejen atrás los pelos en el peine, los cercos de los vasos en la mesa donde se almorzó sin mantel o, mucho peor, contemplar cómo la amiga de su cuñada, que comparece cada año como visita, ha limpiado el culito de su bebé en la mesa de la terraza donde minutos después se servirá el café en esos vasos de vidrio amarillento que hay en todo apartamento de la playa. Respire hondo. El próximo año piense un destino donde pueda pasar en calzoncillos por el salón. Nunca lo haga, pero no pierda esa opción. Le llaman libertad, se conoce como intimidad.

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