La jubilación del Gitano de La Isla

Manuel Patricio Delgado.
Manuel Patricio Delgado. / Rosell

27 de julio 2020 - 02:30

Manuel Patricio Delgado no servirá más en La Isla. El negocio ha cerrado en los días de pandemia y este gitano, que no es gitano, ha alcanzado la jubilación tras una carrera laboral y personal de verdadera superación. Ha servido a tres generaciones de sevillanos, no cantará más la lista de tapas en la que recomienda el "cote" de marisco, la ensaladilla, el arroz (a mediodía, pero si usted quiere se lo servimos por la noche), la hueva aliñá o con mahonesa, o el montadito de solomillo al whisky, paso previo a entrar en la suerte suprema de los pescados y mariscos que son el puyazo de la cuenta. Considerado con razón como uno de los mejores empleados de hostelería de Sevilla, este Manolo siempre se ha caracterizado por portar la servilleta de tela en el antebrazo, humilde y respetuoso, nunca malaje, y con una mano izquierda que ni Morante para solventar una situación tensa por un cliente pasado de copas o un fallo en la cuenta. Su vida son años de servicio junto al Postigo, atendiendo a famosos, nuevos ricos, promotores y gente del deporte, tiesos de barra, intelectuales, etcétera. La Isla ya no existe. Y Manolo se ha jubilado. Siempre lo seguiremos viendo con un oficio poco apreciable en el sector de la hostelería, del que este Manolo debería ser un maestro en cualquier escuela. En el recuerdo queda su espera en la parada de Tussam de Correos tras echar el persianazo a La Isla después de servir el último trago largo a clientes de langosta, carbónico francés y propina gorda... o no. Ay, si Manolo escribiera el libro de los fanfarrones de Sevilla. Seguro que el padrón de la capital perdería habitantes. Siempre lo evocaremos en plena faena, visto desde la calle por el escaparate donde cuelgan besugos y corvinas. "Si no atiende el Gitano, no entramos". Y se enteraba y nos llamaba al orden al día siguiente. "Usted no deje de entrar en esta casa porque yo no trabaje ese día". Mas de veinticinco años viendo camareros y jamás vimos tanta exquisitez, eficacia y distinción. Le ha llegado la edad de jubilación y sus hijas le han dado el homenaje merecido a un luchador y trabajador incansable. Nos sumamos a los fastos, querido Manolo, con la gratitud y el reconocimiento que debemos a quien nos hizo las horas más felices y llevaderas en tantos y tan distintos momentos. Deseamos que los clásicos tengan razón y esta jubilación suponga una etapa de merecido júbilo. A partir de ahora, Manolo es el dependiente emérito de La Isla, el último símbolo del gran restaurante del Arenal, como el capitán que se queda en la nave hasta el final. Tiene oficio como para organizar un máster sobre hostelería. Nunca se le vio cansado en la sociedad del estrés.

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