El largo ocaso de Sevilla

Lo de Sevilla es un ocaso con temblores de recuperación que nunca acaban de cuajar en un nuevo orto

27 de febrero 2024 - 01:00

Lo de la Plaza de España tiene dos lecturas. Una es la ansiedad, necesidad u obsesión de exprimir la amarga naranja turística que tanto está agriando la vida de los residentes en el centro, tantas licencias de bares ha dado hasta el punto de convertir calles y plazas en restaurantes al aire libre, tantos pisos turísticos ha tolerado donde antes había vecinos o tan cutres negocios-abrevaderos abre en las calles principales del centro histórico. Que se pretenda que uno de los espacios públicos más importantes de la ciudad se cierre para cobrar a los turistas, teniendo que identificarse los sevillanos para entrar en él, es un paso más en esta conversión del casco histórico en un parque temático en el que los espacios públicos son tratados como negocios privados o museos de pago.

La otra lectura es aún más triste, porque la anterior, si se quiere, obedece a la necesidad de las antiguas viudas de cierta posición venidas a menos que, después que el padre de familia se llevara con él a la tumba la llave de la despensa, se veían obligadas a alquilar habitaciones y admitir huéspedes. Don Antonio Domínguez Ortiz tituló su estudio sobre el esplendor de esa despensa y la pérdida de su llave Orto y ocaso de Sevilla, definiendo la obra como “un estudio rápido, abocetado, de su fisonomía en el siglo de su prosperidad, el XVI, de su decadencia, el XVII, y de su parcial recuperación, el XVIII”. Y citando en el capítulo VIII las causas específicas de su decadencia: la peste de 1649, la competencia de Cádiz, las dificultades crecientes de la navegación por el Guadalquivir y el traslado de la Casa de Contratación. En esas estamos desde entonces, en un ocaso con temblores de recuperación que nunca acaban de cuajar en un nuevo orto.

Esta otra lectura es la de la incapacidad de las autoridades para poner coto a gamberros y vándalos. Un fracaso que acaban pagando todos los ciudadanos. Cuando se intentó imponer la ley seca en Inglaterra, Dickens denunció que los mucho más numerosos ciudadanos que bebían con moderación serían penalizados por los excesos de la minoría que se emborrachaba. Con esto sucede algo parecido. ¿Unos pocos vándalos dañan la Plaza de España? ¿Las autoridades son incapaces de ponerles coto con más vigilancia y hacerles pagar el destrozo con multas? Pues paga el pato la cívica mayoría de ciudadanos que solo podrán acceder a ella previa identificación.

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