La mancha (y la humana)

Podemos vivir sin grandes mitos ni cielos a los que asaltar, pero sin fe en algún milagro que quite las puñeteras manchas, eso nunca

10 de julio 2023 - 01:15

Las asociaciones de ideas son prodigiosas. Parece que el lenguaje anida en recuerdos independientes a la memoria, la memoria ordenada, quiero decir. Hay veces que una canción nos remite a algo completamente diferente a lo que pretende y que la realidad nos evoca expresiones que no tienen ninguna relación con lo que pasa. Pero nos pasa.

Últimamente cada vez que pongo la lavadora se me aparece Philip Roth. Recién estrenada aquella emisora del estadio olímpico que el grupo Planeta nos regaló durante un tiempo, el escritor estadounidense publicó una novela que a pesar de su abultada carrera literaria, se ha ido convirtiendo en su obra más referencial. Cómo no devorarla y comentarla hasta la extenuación si en aquellos programas contábamos con Juan Antonio Maeso y Manuel Grosso, entusiastas grupis de quien, como tantos, se ha ido de este mundo sin el Nobel que tanto merecía. Pocos años más tarde se hizo una versión en cine con más acierto en la elección de actores que en la adaptación o será, en mi caso, pura renuencia como lectora a que nos muestren lo que ya hemos visualizado por nuestra cuenta.

Dicho lo cual, no evoco a Roth cuando pienso en la memoria, las difamaciones y las culpas, que son parte del asunto de la novela en cuestión, sino cuando me llevo desagradables sorpresas con la colada. De natural escéptico, mantengo sin embargo una fe catecúmena en cualquier producto que me asegure acabar con esas manchas que, después de lavar a cincuenta grados, siguen ahí resistiendo, impávidas incluso a la lejía. Siempre en lugar visible. Siempre impertérritas con más firmeza que la más férrea de las ortodoxias. En esos casos recurro a todo tipo de remedios, incluidos algunos caseros y sin ninguna duda a los que se pregonan por la publicidad. No falla. El único momento de confianza absoluta, por mi parte, en cualquier espacio audiovisual –sea cual sea su formato– es aquel que promete acabar con la pesadilla de los lamparones. Porque siempre se mancha lo que más queremos y, si quieren, aplican esta idea, alegóricamente, a otros asuntos. Ay, los quitamanchas. No le veo la gracia a andar por las paredes como Spiderman ni vivir como un murciélago en un sótano como Batman, aunque se tenga un supercoche muy chulo, tampoco a tijeretear el espacio como Lobezno. Para mérito ideal el de Don Limpio con su sonrisa centelleante y sus bíceps almidonados bajo la camiseta de blanco nuclear. Podemos vivir sin grandes mitos ni cielos a los que asaltar, pero sin fe en algún milagro que quite las puñeteras manchas, eso nunca. Ni siquiera cuando la porquería es ideológica y nos querría acostumbrados a su desagradable suciedad.

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