Lo mejor de la fiesta es que termina

Celebremos el retorno de la felicidad chiquita y sin ruido, de la serenidad y la paz de cada día

09 de mayo 2022 - 01:46

Lo mejor de las fiestas es que terminan. Algo muy triste para quienes la viven con intensidad, ciertamente. Noche del seis de enero: contenedores llenos de papeles y cajas que tanta alegría dieron esa mañana. Tarde del Viernes Santo: la Macarena abrumadoramente sola en su palio inmóvil tras tanta felicidad y tanta gloria, olor a cera fría y flores marchitas. Noche del Sábado Santo: regreso a casa -escribí una vez- pisando cera sobre la que ya no caerá otra cera. Tardes del Corpus y la Virgen de los Reyes: clausura en casas en penumbra cuyos muros parecen malecones contra los que se estrellan olas de sol, tan lejana, aún habiendo pasado tan pocas horas, la alegría azul de las primeras horas de la mañana. La aldea la tarde del lunes de Pentecostés. Y, por supuesto, el devastado real de la Feria que se empezó a desmontar a las cuatro de la madrugada de ayer (aunque para titular triste el que publicamos el 22 de abril de 2020: "Comienza el desmontaje de la Feria de Abril cancelada por el virus").

En fin, la tan conocida tristeza del final de la fiesta. ¿Por qué, entonces, empecé afirmando que lo mejor de las fiestas es que terminan? Porque la única forma de disfrutar de lo extraordinario es, precisamente, que lo sea. Porque la tristeza del fin de la fiesta permite el gozo de recordarla, soñarla y esperarla, tan importante en una ciudad como la nuestra en la que las grandes fiestas surgen de sus entrañas cotidianas de devoción a Dios y a la vida, hechas con sus propios trabajos y dineros por los ciudadanos como la celebración excepcional de lo que cada día les alumbra la vida. Y sobre todo por el retorno de la felicidad chiquita y sin ruido de cada día, por la serenidad y la paz del retorno a la normalidad cotidiana. Túnicas y trajes de flamenca a los armarios. Imágenes a sus altares. Pasos a sus almacenes. Enseres a sus expositores. Cuadros y decoraciones de las casetas a sus encierros.

Sucede con este retorno a la normalidad como con los viajes y las vacaciones. Están muy bien y son necesarios para relajarse y desconectar. Pero, ¿qué me dicen del regreso, meter la llave en la puerta y reencontrarnos con la casa quieta y ordenada que ha aguardado nuestro regreso con fidelidad perruna, en su sitio cada cosa -butaca, cama, cuarto de baño, ¡tan importante!, libros- que sentimos nuestra, hecha a nosotros, cómoda, familiar. Sí, lo mejor de las fiestas es que terminan.

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