La mejor herencia

Así se entiende por qué tienen tanta fuerza estas cosas que humanizan lo sagrado y sacralizan las vidas cotidianas

16 de agosto 2020 - 02:31

Sin procesión, sin sevillanos desperdigándose tras ella para desayunar, sin esa invitación a reencontrarse con la ciudad -con su historia, su corazón y su memoria- que los días grandes de Sevilla ofrecen a quienes no viven en el centro y vienen a él muy de tarde en tarde, no como a una tierra extraña, sino nuclear e íntimamente familiar, para enseñar a sus nietos o a sus hijos dónde vivían sus abuelos, sus padres o ellos antes de irse al barrio nuevo, que aquí estaba tal tienda y allí aquel bar o aquel cine… Sin esto a la mañana de la Virgen de los Reyes le faltó lo más suyo, lo más propio de los días grandes de Sevilla: ese reencuentro en la casa familiar de los hermanos que tal vez no se ven con la frecuencia que deberían ni se sobrellevan con el cariño y la paciencia esperable, pero acuden a la que fue su casa cuando sus padres los convocan.

El Gran Poder, la Esperanza Macarena y la Virgen de los Reyes, para la mayoría de los sevillanos, y las devociones familiares de cada barrio para los suyos, son el padre y la madre que convocan. El centro de la ciudad y sus barrios históricos son la casa común, la casa familiar, esa que se sigue llamando "mi casa" cuando se abandona para independizarse.

Esto pasa cada viernes en San Lorenzo -"de los barrios extremos, de toda Sevilla, llegan los grupos de mujeres, que se arrodillan unos minutos ante la imagen" escribió Chaves Nogales hace un siglo-, cada sábado en la Resolana, cada tarde de Domingo de Ramos, cada mañana de Viernes Santo -¿o no has llevado a tus hijos y tus nietos esa mañana a ver a la Esperanza y a enseñarles "tu casa" de la calle Torres, amigo mío?- o cada mañana de la Virgen de los Reyes. Si esto se multiplica por cada vida, cada barrio, cada calle y cada memoria unidas a una devoción se entenderá por qué para muchos de nosotros tienen tanta fuerza estas cosas que tan hermosamente humanizan lo sagrado fundiéndolo con lo cotidiano y sacralizan las vidas cotidianas. Uniendo en las memorias y en los corazones de tantos y tantos sevillanos una devoción, un lugar y un recuerdo hasta el punto de no saber dónde acaban unas y empiezan otras, fundidos los rostros de aquellos a quienes amamos y no están con nosotros con los de las imágenes cuya devoción nos inculcaron, no como una imposición, sino para dejarnos la mejor herencia, la única que ni la polilla ni la herrumbre destruyen, ni los ladrones roban.

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