La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
La líder de la socialdemocracia alemana, que llevaba un año mal contado en el cargo, ha dimitido tras la derrota electoral (el SPD es ahora allí la tercera fuerza política). El líder de la derecha tradicional francesa ha hecho lo mismo (Los Republicanos también siguen siendo terceros). Lo normal entre partidos democráticos asentados y con sólidos hábitos de respeto al supremo e inapelable juicio de los votantes.
En España el máximo dirigente de Podemos, que perdió un millón de votos en las elecciones generales y más de ochocientos mil en las triples del 26-M, permanece al mando de la que continúa siendo cuarta fuerza política nacional, a un tiro de piedra de la quinta. Pero a diferencia de sus colegas de la izquierda alemana y la derecha francesa, Pablo Iglesias no se da por aludido.
Mejor dicho, alude a otros. Iglesias ha hecho autocrítica. Como se decía con ironía en los partidos comunistas, Iglesias le ha hecho la autocrítica a Pablo Echenique. Es quien le cogía más cerca, fuera de su familia, para endosarle la responsabilidad en el fiasco electoral repetido. El teórico número dos de Podemos paga las culpas que en buena medida sólo corresponden al número uno. Eso demuestra que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio.
No creo que haya precedentes en el mundo occidental contemporáneo (distinto es el caso de la URSS de Stalin o la China de Mao ) de un partido joven que haya devorado a tantos de sus dirigentes en tan poco tiempo. Si se cogen fotos de los fundadores de Podemos y se contrastan con las fotos de los líderes de hoy se ve que no queda nadie de entonces... salvo Pablo Iglesias. Y lo ha conseguido en cuatro o cinco años. A base de purgas sucesivas que se han llevado por delante a cualquiera que haya discrepado de él, de sus tácticas y sus bandazos, y más intensamente a cualquiera que le haya hecho sombra o haya visto como una amenaza en el control de la organización emergente ahora semisumergida.
Las sucesivas depuraciones las ha ejecutado a través de un instrumento expresamente buscado (sus poderes cesaristas tras Vistalegre II) y en paralelo a la pérdida de influencia y presencia institucional del partido. Doble paradoja: Pablo Iglesias manda como un Lenin en el partido que iba a ser asambleario y devolvería la voz a las bases, y Podemos cada vez habla más en nombre de la gente y cada vez representa a menos gente. ¡Qué mérito el de Pablo!
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