¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Repeticiones y repetidores
HACE muchos años -como casi todo a estas alturas- que recibo cada mes el ejemplar enmarcado en su característico color amarillo del National Geographic (www.nationalgeographic.com). De niño, cuando los viajes todavía ilusionaban a la gente y quedaban parajes desconocidos, poder hojear en la biblioteca del colegio los ejemplares en inglés y ajados de números de los años cincuenta o sesenta, constituía para mí una particular forma de acceder a lugares y territorios que soñaba con visitar algún día. La portada de enero de 2011 destaca el siguiente reportaje: "Pronto seremos 7.000 millones. Cómo cambiará nuestro mundo". El dato, que por repetido pasa en la mayor parte de las ocasiones casi desapercibido, no deja de ser preocupante. En el interior, un gráfico que refleja la incesante galopada del número de habitantes, recoge cómo se alcanzaron los 1.000 millones en el 1800, los 2.000 en 1930 y los 3.000 en 1960. Este año alcanzaremos los 7.000 millones de habitantes. Durante el transcurso de mi vida, la población mundial se ha más que duplicado, siendo la proyección más prudente que para el 2050 lleguemos a los 10.000 millones. Una verdadera barbaridad, se mire como se quiera, y con toda seguridad el mayor problema al que se enfrenta la humanidad. Estas cifras atropelladas probablemente hagan regocijarse de felicidad a Malthus en su tumba de la abadía de Bath: "Ya os lo dije".
Que no vivimos en un planeta elástico, que se pueda estirar hacia un lado y hacia otro, es de las pocas cosas que recuerdo de mis mal aprovechadas clases de física. Que los recursos que éste alberga son, en su mayor parte, limitados y susceptibles de regenerar solamente en periodos muy amplios de tiempo, también. Según datos del Banco Mundial, la emergente clase media de países como la India o China se puede casi triplicar de aquí al 2030, con unos 1.000 millones de nuevos consumidores. Las tensiones que comienzan a sentirse sobre los precios de los carburantes, los cereales y determinadas materias primas no son sino el resultado de ese ¿alarmante? incremento de chinos e indios que también quieren conducir un automóvil, viajar al extranjero en vacaciones, comer una hamburguesa y utilizar electrodomésticos (en este sentido, por ejemplo, el artículo de Paul Krugman El mundo finito). Soy de esos pesimistas que opinan que el mundo, tal y como lo hemos conocido hasta hace muy poco, está al borde de la extinción. Extrapolar el estilo de vida occidental al resto de los ciudadanos del planeta Tierra es ecológica y económicamente imposible. Saber qué va a ocurrir, un misterio. O no tanto.
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