La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La momia del Coliseo España

La destrucción del lujoso interior del Coliseo, cumbre de las artes regionalistas, fue un crimen patrimonial

Trataba ayer de las pinturas murales que Hohenleiter pintó para uno de los salones del Coliseo España, el restaurador Arquillo salvó y vegetan en un sótano de la Universidad. A los más jóvenes hay que recordarles que el Coliseo fue el segundo, tras el Pathé de Juan Talavera en 1925, y el más lujoso local construido ex profeso como cine en Sevilla. Ildefonso Marañón Lavin –el rico mecenas que donó a la ciudad los terrenos de su Finca de San Pablo para la construcción del aeropuerto o promovió la Cruz Roja de Capuchinos– encargó en 1929 a José y Aurelio Gómez Millán su construcción donde, al calor de la Exposición del 29, se consideraba estaría el nuevo centro de Sevilla, sumándose a las nuevas edificaciones de Espiau, González o Talavera que convirtieron la Avenida, tras su apertura entre 1911 y 1929, en un fabuloso catálogo regionalista que culminaba en la reordenada Puerta de Jerez presidida por la fuente de Delgado Brackenbury en la que se construyeron los hoteles Alfonso XIII (Espiau, 1928) y Cristina (López de Otero, 1929).

Marañón invirtió dos millones de pesetas de la época en dotar al cine de lujos hoy inimaginables: ladrillo tallado, hierro forjado, grandes paños de cerámica, escaleras de mármol, techos de madera tallada, pinturas murales y esculturas adornaban sus dos vestíbulos, el salón de fumadores, el salón de honores y la sala con capacidad para 2.100 espectadores distribuidos en patio de butacas, palcos y dos anfiteatros, presidida por una gran lámpara central de bronce y cristal de seis metros de alto y cuatro de diámetro con 180 puntos de luz. El telón, bordado sobre terciopelo y damasco, fue obra del diseñador, Ignacio Gómez Millán, y el taller de bordados, José Caro, que ese mismo año diseñaron y bordaron el palio del Buen Fin.

En 1969 se cerró y su entonces propietario, el Banco de Vizcaya, decidió su demolición. Por una vez la respuesta ciudadana, con el alcalde al frente, logró impedirla gracias a que en 1971 se declaró Bien de Interés Cultural. Pero solo parcialmente. Se destruyó su interior y solo se mantuvo la hermosa cáscara exterior. Se salvaron algunos paños de cerámica de Orce y, gracias al profesor Arquillo, los murales de Hohenleiter que desde entonces duermen en sótanos de la Universidad. La lámpara fue rescatada y hoy preside el Lope de Vega. Esta es la triste historia de esta bella momia regionalista sin vísceras.

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