Postdata
Rafael Padilla
Neopuritanismos
Un día festivo sales de casa de tus padres al finalizar la tarde y unas horas después vuelves con rapidez para vivir un proceso que siempre parecerá interminable. Cruzas la ciudad de madrugada en una noche tranquila con sonidos de motores aislados, luces cruzadas y un taxi que te lleva con una radio que emite banalidades. La verdad es que en determinadas circunstancias todo parecen absurdeces. El conductor no sabe, no imagina, no tiene idea de que realmente no te lleva a una simple dirección. Te dirige al lugar y el momento exactos en la circunstancia que siempre temías, pero en realidad no sientes miedo. Solo paz. Son las 3:36 del 13 de octubre, festividad de San Eduardo según un reloj y un calendario.
Los médicos certifican la muerte. Yo escribo sobre la vida en la habitación de al lado, un precioso salón con muñecas de porcelana, abanicos antiguos, vitrinas y todos los Niños Jesús que duermen como mi madre. Porque los niños deben dormir a esas horas, como las madres deben morir en paz, serenas, con los deberes hechos, con la vida bien vivida a base coraje, energía, lucha, rigor, sacrificio, mérito, esfuerzo, ejemplaridad… Qué letanía más cierta para una vida tan hermosa sin renunciar a una sola de las cruces que Dios puso sobre sus hombros. Ni una rechazó. Jamás se quejó del fin de una vacaciones, del amanecer del lunes o de una menor calidad de vida. ¿Baja médica? Eso no existió. Noche total, tranquila, ambiente en calma. Vamos a rezar en silencio tal como el cardenal enseñaba. Siempre alegres mirando al futuro, como San Francisco. Siempre agradecidos por haber conocido su ejemplo. Qué fuerza de mujer, qué modelo de vanguardia desde joven, qué belleza natural de ojos verdes y piel clara. Son las 4:06. Suena un timbre, heraldo de algún detalle cuando a partir de ese momento sólo hay cuestiones secundarias. Es el día de su cumpleaños. 88 años justos. Ni uno más, ni uno menos. Casualidad… o causalidad. El don de la fe es un bálsamo en la hora incierta.
Es la hora de la gratitud. ¡Como para no seguir teniendo presente su ejemplo en cada instante! Los niños duermen, sus padres velan el sueño de los hijos. En la tierra y en el cielo. Un día te subes a un taxi y descubres que no tienes miedo. Descansa, hija de Miguel y Ángela. Descansa, madrina de Miguel. Descansen los ojos claros que seguimos viendo en Manuel. Gracias por una noche tan buena, gracias por un horizonte tan claro. Ni una pregunta sin respuesta. Dichosos los que pueden vivir honrando la mejor memoria de sus antepasados. A Dios por el amor a una madre. Amanece en la ciudad.
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