Paola García-Costas

La mujer sentada en la orilla

Mi abuela ha votado desde que pudo hacerlo por primera vez con 45 años, ¡45 años!

09 de junio 2023 - 01:00

Mi abuela nació en 1933. Se llama Irene, que en griego significa paz. Tenía tres años cuando estalló la Guerra Civil. Recuerda el sonido de las bombas y el olor de los campos de uvas de Cádiz. Le gusta llevar pulseras de colores y las uñas pintadas. Con mi edad tenía dos hijos y un marido en Canadá. Mi abuela es silenciosa. No habla de nadie, ni si quiera de ella misma, y cuando habla es para asumir la culpa de otros. La observo. Se ha encontrado una playmobil tirada en el paso de peatones a la salida de la consulta de radiología. Ha abierto su bolso varias veces a lo largo de la mañana solo para ver a esa mini-agente de brazos estirados, pelo rubio y corto vestida de piloto de avión. Si aquella figurita inerte le preguntara sobre qué vuelo querría coger, mi abuela diría: “¡A México!”. Siempre ha creído que en México la estarían esperando varios mariachis cantando con sus grandes gorros, tan coloridos y alegres como todas las pulseras que tintinean en su muñeca. Hubo una época en que las dos nos sentábamos en nuestras sillitas de la playa a la orilla de su Sanlúcar de Barrameda, y nos quedábamos mirando hacia el horizonte donde el precioso Coto de Doñana asoma y saluda. Ella no lo sabe, pero yo miraba cómo ella miraba. Su perfil callado, enfundado en esas glamurosas gafas grandes de sol negras y ese gorrito blanco cubriendo su pelo a lo Marilyn Monroe. La paz. Mi primera juventud podría resumirse en esa imagen con ella, que sin decirme nada, me hacía comprender todo. ¿Quiénes somos nosotros para arrinconar al peyorativo término de la “vejez” a seres humanos que en experiencia nos ganan por goleada? Mi abuela tiene 90 años, pero no es una “vieja”. Ha votado desde que pudo hacerlo por primera vez con 45 años, ¡45 años! Me enfada que insulten su inteligencia politicuchos de tres al cuarto cuya carrera vital ha sido la de la afiliación temprana a un color sin ningún contacto ni con la realidad global, ni con su realidad más cercana. Algunos se jactan de no ver a sus hijos por ese “bien mayor” de socializar en masa, como si la revolución uno a uno no pudiera hacerse desde nuestros hogares. Por respeto a que la libertad es una conquista y no un estado que se da en gracia, el próximo 23 de julio votaré. Pensaré en mi abuela, en las mujeres como ella, y en todas las que vinimos después. Pensaré en mi hijo de 16 meses. En el ficus centenario del Barrio de Triana. En el galgo que un día tuve con decenas de cicatrices. En la suerte que tengo de vivir compitiendo por ganarme lo que tengo, y en la suerte que tengo de tener libros que me hacen esa lucha cotidiana más llevadera. Perdonen la pedantería querido lector, querida lectora. ¿En qué horizonte paraba su mirada y sentía que en la revelación de lo aparentemente pequeño estaba la respuesta a lo importante? Dicen que hay que saber de dónde se viene para saber a dónde se va. Elija. No importa lo que digan. Su voz importa. Mi abuela pudo hacer uso de ella con 45 años, aunque aprendiera a estar callada la mayor parte del tiempo.

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