José Aguilar

El obispo enamorado

la esquina

02 de julio 2012 - 01:00

LO peor del caso del obispo argentino Fernando Bargalló es que mintió sobre sus relaciones con la atractiva divorciada con la que fue fotografiado bañándose en la playa y en actitud cariñosa. Cuando salieron a la luz las fotos -que no son de ahora, que es cuando sus enemigos las han sacado- dijo que era una amiga de la infancia y que, aunque inconvenientes, las imágenes no eran lo que parecían.

Pero sí que lo eran: reflejaban a dos amigos de la infancia, que fueron novios durante la adolescencia, hasta que él se fue al seminario y acabó siendo sacerdote -como tal casó a su antigua novia y bautizó a sus tres hijos- y más tarde obispo (y presidente Cáritas en Latinoamérica). Dos amigos que se reencuentran cuando ella quedó libre, por divorcio, pero él seguía atado por su compromiso, completamente voluntario, de entregarse a Dios en cuerpo y alma.

El reencuentro avivó el amor adormecido y monseñor Bargalló vivió un romance adulto con su ex novia de juventud. Momento en que los enemigos políticos de este obispo moderado pero socialmente inquieto y comprensivo con los curas progresistas de su diócesis de Merlo -la prensa argentina señala al alcalde local- le hicieron seguir y espiar hasta fotografiarlo en compañía de ella mientras se bañaban y jugaban en un hotel de lujo en México. Las fotos delatoras han conducido a un final inevitable: renuncia del obispo en aplicación estricta del Código de Derecho Canónico. Fue absurdo, y patético, que en un primer momento accediera a leer un comunicado tratando de negar la evidencia, porque la evidencia te persigue más allá de tu deseo de exculpación y por encima de las atenuantes verídicas o inventadas.

Desgraciadamente el Derecho Canónico que rige la vida de los eclesiásticos no recoge como causa grave de privación de la condición de sacerdote u obispo conductas escandalosas relacionadas con la moral ciudadana. Por eso el escándalo sentimental y sexual del obispo Bargalló se ha castigado con la severidad que nunca aplicó la Iglesia católica a sus jerarcas que sacaron bajo palio al carnicero Jorge Videla ni a los sacerdotes que en aquellos años sombríos de la dictadura militar bendijeron los vuelos de la muerte, consolaron espiritualmente a los verdugos o estuvieron ciegos, sordos y mudos cuando las familias del régimen arrebataban sus hijos recién nacidos a los presos políticos torturados.

Claro que todo esto ya lo sabía el obispo preocupado por los pobres de la periferia de Buenos Aires, y también sabía que, mientras la Iglesia católica no cambie radicalmente, un obispo no puede tener un romance con una mujer adulta de la que se enamoró siendo adolescentes. Y menos aún si sus enemigos lo fotografían.

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