Punto de vista

josé Ramón / del Río

La oratoria

ES una buena noticia saber que un español, Antonio Fabregat, de 20 años, ha ganado el campeonato del mundo de oratoria, en competición con 215 hispanoparlantes. En realidad, más que de oratoria pura, el campeonato es de debates, por lo que no sólo se tiene en cuenta la elocuencia, tono de voz, presencia, sino además, lo acertado de los argumentos para defender la tesis que le ha correspondido en suerte y que no es fácil de defender. Y tiene aún más mérito, porque en general, en España, no se nos enseña a debatir, lo que supone, incluso, encontrar argumentos, para defender una postura que no es la nuestra. Tampoco aquí, por lo general, se nos enseña a hablar en público y todos tenemos la experiencia de sufrir con los balbuceos, nervios, interrupciones de los asistentes, para aliviar la incomodidad del orador, en algo tan aparentemente sencillo, como dar las gracias al final de una comida de homenaje.

Sin embargo, algunos compatriotas tienen sobrada habilidad para hablar en público con elocuencia y consiguen persuadir o conmover al auditorio. Porque el fin de la oratoria es convencer de algo y por ello se viene usando desde siempre. La oratoria sagrada dio lugar a grandes oradores, que movían a piedad a sus oyentes, sobreponiéndose a las difíciles condiciones acústicas en las que pronunciaban sus discursos, de la que es buen ejemplo las predicaciones de San Vicente Ferrer, desde el púlpito de piedra del Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla. Hoy día, salvo excepciones muy contadas, es difícil oír una plática religiosa que conmueva a los fieles. Aquí, en Andalucía, ese tipo de oratoria parece haber quedado reservada a los pregones de Semana Santa, aunque muy pocos sean ejemplos de buena oratoria. Y si de la oratoria sacra nos vamos a la política o a los debates políticos, el panorama es desolador. Recuerden los de las últimas elecciones europeas o de las elecciones andaluzas.

Aunque dicen que los mejores oradores españoles, son los llamados "sacamuelas", porque si oratoria es convencer, hace falta mucha capacidad de persuasión, para que alguien se deje sacar una muela, sin anestesia y encima pagando. Hoy lo son, algunos vendedores, sin tienda. Recuerdo, al que ofrecía crecepelos en la Plaza de las Flores de Cádiz, rebajando sucesivamente el precio inicial y además regalando al presunto comprador, un peine y fijador, por si el pelo le crecía demasiado.

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