Gumersindo Ruiz

Un país roto, responsabilidades compartidas

Tribuna Económica

08 de septiembre 2015 - 01:00

Afinales de los años ochenta tuve que ir a Siria, en una misión de Naciones Unidas, para participar en un curso sobre cultivos marinos en Latakia. En aquella época dirigía un proyecto multidisciplinar de varias universidades de Andalucía, en las que se trabajaba en este tema, sobre el que había muchas expectativas. De esos días recuerdo la precariedad de la economía del país, la fortísima presencia de la dictadura de Hafez al Assad y, junto a su brutalidad, la capacidad de diplomacia que tenía; nuestra modesta misión técnica era una pequeña muestra de ello. Su hijo, que le sucedió en el año 2000, ha sido un fracaso en ese aspecto, pasando algunas líneas rojas, enemistándose a muerte con el rey Abdullah de Arabia SaudÍ, y manteniendo una alianza solitaria con dos regímenes económicamente débiles como Irán y Rusia. También guardo de aquel viaje la memoria de las maravillas de Damasco y de Palmira, el inmenso palmeral y la ciudad romana, y del camino de Damasco a Latakia, muy temprano, que sobre el paisaje árido había una pequeña capa de nieve. Pero, aparte de estas imágenes, de las conversaciones con profesionales y empresarios, me quedó la impresión de una sociedad que deseaba abrirse al mundo occidental para prosperar. La gente quería desarrollar su potencia vital, estudiar, trabajar, y emprender. Estos días he pensado que algunas de esas personas, con las que hace muchos años dejé de tener contacto, sus hijos y sus nietos, son las que ahora buscan desesperadamente un refugio fuera de un país donde su gobierno y los estados fundamentalistas vecinos, les han hecho la vida imposible.

Sobre el conflicto sirio y los refugiados se ha dicho todo; con un uso inteligente de los buscadores podemos encontrar cualquier análisis, cifra, opinión, o imagen, en Internet. Nuestro compañero José Ignacio Rufino ordenaba hace unos días algunas claves del conflicto, destacando no sólo la responsabilidad de los gobiernos occidentales, que en una relación causa efecto es indirecta, sino principalmente la que tienen los de la zona. La característica distintiva de los sistemas y situaciones complejas es la emergencia de una propiedad que supera a las partes; la acción del todo es más que la de los actores, y en este caso los conflictos controlados de antes han dado paso a una guerra, y ahora a un éxodo masivo. Por eso causa estupor la pretensión, tras cuatro años de guerra, de algunos políticos diciendo que hay que anticipar los problemas y que ahora no debe improvisarse.

Dos ideas podemos dar, aunque no muy originales. Una, que hay que superar en Europa la reacción, en general desconcertada y sin capacidad de llegar a acuerdos de los gobernantes, paralizados ante problemas que nos encontramos en la puerta de la casa Europa. La otra, el papel que tienen que jugar países como Líbano y Jordania, y sobre todo los ricos del Golfo, no con dinero, sino acogiendo a refugiados.

Éste es el frente que tiene la diplomacia europea, pues países con tantos intereses y vínculos con Europa (y que se anuncian en las camisetas de nuestros dos primeros clubs de futbol), tienen que asumir sus responsabilidades pasadas y presentes.

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