ME imagino siendo pariente lejano de José Ortega Cano o de Isabel Pantoja y me da fatiga. De ser cierto, sintonizar un programa diario como Corazón supondría tanto como asistir una crónica familiar pormenorizada con todos los detalles, jornada a jornada, sobre la vida y milagros de los tíos y de los primos. A ver qué le ha ocurrido hoy a José. Cómo le va a José Fernando. ¿Han tenido buen o mal día? ¿Se han sentido indispuestos?¿Durmieron bien? ¿Quién se ha interesado por ellos? ¿Han proferido alguna declaración?

Por disparatado que parezca, salvo el paréntesis del 1 de enero, todos los días, y digo bien, todos los días, de lunes a domingo, tenemos la posibilidad de ingerir nuestra ración de Jose, José Fernando, Isabel y colaterales, sin movernos de La 1. Y no sólo eso. Teniendo en cuenta que estos noticiarios se emiten a la hora de la comida, no es necesario ir a buscarlos. Son ellos los que vienen a nosotros. Salvo que les huyamos, tenemos nuestro chute de Jose, José Fernando e Isabel en la sopa. Como si ejerciesen de parientes lejanos sin serlo.

No sé si han caído en la cuenta de lo grotesco de la situación. Una familia, o unas cuantas familias, se bastan por sí solas para alimentar la escaleta de un informativo diario que se cuela en nuestras casas todos los días del año. Con más fidelidad y tenacidad que la serie más longeva de ficción. Y todo esto, como diría la publicidad de los bonos del Estado, con la garantía que ofrece saberse instalado en la primera televisión pública del país. A resguardo de tempestades. Puede que estemos inmunizados, cuando no enganchados al espectáculo, pero yo creo que sería para hacérnoslo mirar.

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