César romero

Escritor

La pornografía del dolor

Es humano sentir la muerte trágica de alguien, pero ¿hace falta decirlo públicamente?

La reciente muerte de un futbolista sevillano ha vuelto a desatar una apabullante oleada de reacciones en las redes sociales. Es comprensible que cuando alguien joven, con talento para lo suyo y simpatía a raudales muere se genere una pena sincera entre sus conocidos y una tristeza como retroactiva entre quienes lo vieron actuar y saben que ya no volverán a hacerlo. Quizá esa necesidad de publicar una foto del fallecido en el estado del WhatsApp o de escribir una frase en Twitter responda a una mezcla de agradecimiento por los buenos momentos dados y reconocimiento postrero del genio que muchas veces, ay, se criticó. Quizá. Lo que ya suena menos sincera es la tribulación que tantas personalidades parecen tener la obligación de manifestar en sus redes. Que el presidente del Gobierno deba condolerse, y detrás de él todos los líderes políticos, suena a oportunismo. ¿Lo trató personalmente? Si lo hacen como representantes de los españoles, ¿por qué no dan sus condolencias cuando mueren otros compatriotas? ¿Acaso el anciano que trabajó en su modesto taller, cotizó durante décadas y muere rodeado de su familia no merece el duelo del presidente y el póquer de aspirantes al cargo?

Otro tanto ocurre con esas celebridades públicas tan encantadoramente perfectas, como Nadal o Pau Gasol en el ámbito deportivo o Alejandro Sanz en el musical. Es humano que sientan la muerte trágica de alguien, pero ¿hace falta decirlo públicamente? Si el dolor no se publica, ¿no existe? Hay como una necesidad de no quedarse atrás, de decir en público lo que antes se decía en privado, o ni siquiera eso, pues bastaba con un abrazo o el acompañamiento silencioso de los deudos, una mera presencia. Cuando muere alguien célebre parece que todos quienes son conocidos o famosos estén obligados a mostrar en público un dolor que sólo puede ser abstracto, pues no conocían al finado, pero que la sociedad les exige. Y, a la vista de esta obligación, parece como si quienes no son conocidos ni famosos se vieran contagiados o arrastrados a enseñar también en público su dolor. De ahí la cascada de fotos, tuits. Algo que también va contaminando a los verdaderos deudos, que se ven casi forzados a publicar su dolor, mediante cartas, estados, mensajes. Puede que esto ayude a superar el duelo, a sobrellevarlo, pero hay algo artificial en esta sobreexposición del dolor. Parafraseando a Boris Pahor, quien escribió que "ni la muerte ni el amor soportan testigos", podría decirse que el dolor tampoco los admite. El amor es cosa de dos, el dolor de uno. Se pueden compartir sus consecuencias, sus ondas expansivas, pero sus núcleos tal vez sean las mayores muestras vitales de compañía y de soledad: exponerlas en público siempre las torna un tanto pornográficas. Extraña época ésta, que envilece lo que pretende enaltecer.

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