La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Las zonas prohibidas de Sevilla
Igual es viejuno y ahora se hace con varios signos (por ejemplo Xx : // ) pero la expresión, qué potra tienes, es una manera chulita, o así, de hablar de buena suerte. Y para fortuna la de la cantante –hasta hace unos días para mí completamente desconocida, que tampoco es que yo sea una experta en músicas bailongas de ahora– que lo ha petado con el éxito del verano. Asistí, como oyente obviamente, al gran momento en que Aimar Bretos, en Hora 25, la presentó en sociedad ante un atribulado Juan Manuel de Prada y unos muy alborozados Isabel Morillo y Ángel Munarriz. Los dos periodistas de Sevilla le reconocieron madera de hit y Morillo, que es de natural honesto y franco, aseguró que aunque le parecía un horror seguro que la bailaría a poco que le tocaran las palmas. Ya te digo. La canción del verano es un mal enemigo. Mejor no resistirse. Hemos librado batallas campales contra la Mayonesa, el Chiringuito o Mami que será lo que tiene el negro y siempre hemos perdido. No es ya que a esas canciones nos las encontráramos en la sopa –o gazpacho– y que en la playa, en la sierra, en las radios y hasta en el fondo musical de los grandes almacenes no pararan de sonar. Lo peor es que se las aprenden nuestros hijos, nuestros nietos y, muy especialmente, los del vecino cuando salen a jugar al jardín o a bañarse en la piscina de plástico. Y tú. La derrota final es que te la aprendes tú y se te pega a la mollera que ya te gustaría recordar así la lista de los reyes godos o, sin ir mucho mas lejos, el nombre del actor ese que dices que te gusta tanto. La potra, la mayonesa o el negro de su mami se vienen a vivir contigo con mayor lealtad que tu último marido o novio o algo, con una insistencia que ni tu padre para que te matricularas en inglés. Como mayor que soy me sé el final, siguiendo un trecho tipo manual de autoayuda: negación, aceptación, superación.
La primera vez que la oyes, pones cara de horror y quieres espantarla, con las manos, como una visión que quieres desterrar. Comentas, si acaso, que el nivel de horripilancia ha llegado al abismo, “ya no se hacen canciones como las de antes, unos Bravos, un Tom Jones”. Te espantas. Pero, aunque no lo sepas aún, ya llevas la mordedura de la serpiente y su veneno inoculado. Porque la próxima vez que la escuches –unas horas después– no sólo ya te suena, sino que eres capaz de terminar el estribillo, si lo tiene. Y la segunda vez, mueves los pies. Y cuando la radio –en ese programa serio que te acompaña– la usa de cortina la cantas. Ya estás muerto. Te vas a pasar el verano con la Potra Salvaje como te pasaste aquel estío de púber con Palito Ortega y su “te vas a enamorar” que ahora te enternece y antes te daba vergüencita. Ríndete. Una derrota a tiempo es una victoria, aunque sea pírrica. Cuando el enemigo es imbatible, únete a él. Conviértete en su tropa, o en su potra. Salvaje, a poder ser.
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