Preparativos

10 de febrero 2025 - 03:09

En Sevilla, tras la breve pausa que media entre que se recoge la Cabalgata y el Miércoles de Ceniza, que señala la Cuaresma, el calendario parece que se pone en marcha. La ciudad se arregla para salir a la calle. Cada año hay que prepararlo todo antes y con más previsión. Así lo han entendido los responsables de la moda de los trajes de flamenca que celebran su certamen y desfiles entre finales de enero y primeros de febrero. Y bien que está. Hay mucho que hacer para que todo esté a tiempo y en su tiempo. Talento y energía para mantener en todo lo alto el traje de flamenca. Como motivo central de una fiesta dionisíaca, femenina.

Nos cuentan los viajeros románticos que casi todas las cigarreras llevaban un vestido de percal rematado con dos o tres volantes, mantones de lana o seda y un característico peinado en monda, con peinecillos y flor. En la mano un abanico, para aliviar el calor. En aquellos vestidos predominaba el rojo y en los mantones el negro. Pocos años después de que Bacarissas fijara el canon decorativo de las pañoletas de las casetas, el gaditano Hohenleiter, en el cartel de fiestas de primavera de 1924, prodigio de elegancia y movimiento, nos muestra cómo el traje de flamenca empieza a cobrar vida propia. Pelo recogido en moño. Vestido rojo, talle bajo, tres volantes y mantoncillo con flecos. Medias blancas y zapatos de charol.

En los desfiles de este año, y dejando aparte alguna de las stravaganzas propias de las pasarelas, ha predominado el color. Y en todas las formas posibles. Del Pop-art a Mondrian. De evocaciones caribeñas a ramalazos hípster o neorrománticos. Rojos, amarillos, azules y blanco, mucho blanco. Y el negro que se descuelga de los mantones a los vestidos. Rayas y lunares. Flecos y cintas de piquillo. Volantes y sensualidad. Flores adornando, como recién cortadas. Así corresponde a una fiesta que celebra la primavera. La explosión de la vida. Adiós, por fin, a los tonos discretos y apagados en los trajes de flamenca y adornos de flores mustias. Bienvenidos los versos de Mercedes de Velilla: “Entre naranjos y entre palmeras/ las sevillanas cruzan ligeras,/ la onda de encaje sobre la sien;/ y con el aire de sus andares/ se van cayendo los azahares,/ formando alfombra para sus pies”.

Aún hace frío. Inviernos con frío quiere el campo. Ojalá la generosa lluvia de este año produzca la esperada explosión de vida, fertilidad y renovación de cada primavera. De energía festiva que inunda el campo y la ciudad. Y en Sevilla no solo nos alcanza, sino que lo hace con tal fuerza que nos golpea y aturde. Una ciudad florecida. Con azahar en los naranjos, con lirios, claveles y rosas en los pasos, con arrayanes apretados delante de la casa Lonja, con racimos de azules glicinias que nos cobijan en las pérgolas del río y nos acompañan en los jardines de Murillo. Dejando en el aire todos los aromas que definen nuestra primavera. Cera quemada y albero mojado. Aceite, miel y canela. Claveles y risas. Y un intenso olor a juventud.

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