BREVIARIO

Alejandro V. García

La prima de riesgo

AUNQUE pertenezco a una familia corta y bastante modesta yo también tuve una prima de riesgo. Fue hace muchos años pero el aroma a melocotón de su piel persiste indeleble. Era alta, altísima, igual que la de España ahora, o la de Italia, y también voluble. Quiero decir que el riesgo a que me exponía no era fijo sino que variaba de un día para otro según ciertas circunstancias imprevisibles: la elevación de la temperatura, el déficit de sus tirantes sobre sus hombros bronceados o la cotización del vuelo de su falda. La inestabilidad del riesgo se agravaba sobre todo en agosto, en los atardeceres de mutua cercanía y bajo la vigilancia atenta de una tía común que, ahora lo comprendo, tenía el mismo gesto amargado que el señor Trichet cuando habla de los tipos de interés. En términos de consanguinidad no era era una prima carnal, pero nunca la carnalidad conquistó tales cimas. Aquel verano la radio programaba con asiduidad la canción de una chica italiana con el nombre más nihilista que he conocido: Nada. Con ella sumábamos tres: mi prima, mi ser y la Nada. Nos aprendimos fragmentos y en las tardes inagotables intercambiábamos fragmentos como si fueran pensamientos existencialistas. "Está cansado el sol de tanto caminar", canturreaba yo, y mi prima respondía: "La sombra de la noche avanza sobre mí". ¡Cuántas analogías!

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