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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El puente y el trabajo gustoso

Porque no todos los trabajos son gustosos, bienvenido sea el puente para quienes puedan disfrutarlo

Dejando claro, antes de ninguna otra cosa, que perder el trabajo o ni tan siquiera encontrarlo cuando se inicia la vida profesional es la tercera peor cosa que le puede pasar a un ser humano (la primera es perder a quien se quiere y la segunda perder la salud), también hay que decir que para miles y miles de personas el trabajo es una más o menos pesada carga que se sobrelleva con el mejor espíritu posible. Rutina, pocas oportunidades de crecimiento y proyección personal, ninguna posibilidad de desarrollar la creatividad, aguante de jefes no siempre amables y muchas veces tan malencarados como poco eficaces, precariedad, falta de reconocimiento de los méritos… Y una larga lista que hace que para esos miles de personas la vida sea lo que hacen fuera del horario laboral, ya se trate de familia, amigos, aficiones o simplemente de gobernar su propio tiempo a su antojo. La calle, si llama, o la casa, si apetece.

No debe ser casual que la vida doméstica y el hogar como remanso de paz, descanso y armonía empezara a valorarse en Inglaterra cuando se marchó al paso de la revolución industrial y las grandes ciudades adquirieron nuevos y duros perfiles de masificación y desigualdad, dando un nuevo sentido al antiguo principio político del jurista Edward Coke "la casa del inglés es para él como su castillo". Este nuevo sentido de lo privado y lo doméstico como algo opuesto a lo laboral fue genialmente representado por Dickens en el señor Wemmick de Grandes esperanzas: en sus horas de trabajo es el adusto pasante del abogado Jaggers; pero cuando termina la jornada laboral es el más simpático de los hombres, el más fiel de los amigos y el más cariñoso de los hijos que cuida de su padre un poco majareta en su modesta vivienda suburbana que ha convertido en un minúsculo castillo con su bandera y su cañoncito que dispara cada tarde al regresar a su hogar.

Así que bienvenido sea el puente para quienes puedan disfrutarlo. No es mi caso, pero mis trabajos, por fortuna, son gustosos. Tomo la expresión de la conferencia El trabajo gustoso de J. R. Jiménez, en la que exalta los trabajos llenos de amor a su oficio de un jardinero sevillano, un mecánico malagueño y de su propio quehacer poético. Pero, claro, el jardinero y el mecánico eran modestos dueños de sus negocios y no dependían de nadie. No todos los trabajos son gustosos. Por eso, repito, bienvenido sea el puente.

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