Faltaban sólo tres minutos para el final y en esto que apareció Ocampos, tanto tiempo perdido en mil intentonas sin éxito. Un balón matemático de Banega para que su compatriota lo cabecease imposible para Rui Patricio. Era lo justo tras un partido de claro dominio sevillista, que de esta forma se coloca en la cita del domingo en Colonia contra otro inglés, el muchimillonario Manchester United para opositar a una plaza en la final.

El arranque es terrorífico para el Sevilla y el temor que plantea en la previa el ciclópeo Adama Traoré se justifica en un abrir y cerrar de ojos. Primero asiste por alto para que Raúl Jiménez haga su primer regalo y enseguida, un raid de cincuenta metros que Diego Carlos corta en penalti. Y ahí aparece nuevamente el mexicano para que Bono aborte con facilidad y beneficiado por el absentismo del VAR, que no ve cómo el cancerbero marroquí se adelanta antes del golpeo.

El Wolves deja a nadie por delante del balón y el Sevilla va recomponiendo la figura en cuanto Banega y Suso le cogen gusto al juego. Y se da la circunstancia de que va a adueñarse del partido, aunque careciendo de verticalidad para solaz de Rui Patricio. Y al descanso se llega, sin embargo, conque la cosa está ya 60/40 favorable al Sevilla, por lo que emboca el asueto con sensaciones suficientes como para pensar en el éxito del pentacampeón del torneo que nos ocupa.

Y lo que viene después es un monólogo del Sevilla en toda regla. Se ha adueñado del balón de manera insultante y los lobos apenas pueden salir de su guarida. Un chaparrón de saques de esquina, un paradón de Rui Patricio a Banega y el gol de Ocampos cuando ya no hay tiempo para nada. Es un triunfo más que merecido, ya que tras la fortuna del penalti que paró Bono, todo fue de color blanco y ya queda menos para esa gloria que es añadir un logro más a su copiosa lista.