La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Casi a punto he estado de empezar este ladrillo con la expresión “en mis tiempos”, pero el temor a ser comparado con uno de esos maestros magistrales del periodismo local, y nacional, cuyos artículos son citados como versículos bíblicos, no sé si por entenderlos de inspiración divina o por tener endiosados a sus autores, o como preceptos de un texto legal cuyo seguimiento parece obligado y no cabe poner en cuestión ni considerarlos, si preceptos, hace tiempo derogados, me ha cortado. Cuando uno era joven una “cortá” era una chica tímida, poco atrevida, la que se quedaba callada ante una proposición, no sólo si era indecente, claro, quizá se ruborizaba, quizá bajaba la cabeza o la mirada, y se acomodaba un mechón de pelos tras una oreja, con el arrebatador encanto que algunas se gastan para dicho gesto. Las “cortaítas” no existían, sólo cuando alguno decía sin retintín y con el paternal amparo del diminutivo, hablando sobre estas chicas “cortás” entre amigos, que tal o cual niña era algo “cortaíta”, y dejaba unos parsimoniosos puntos suspensivos flotando en el aire, toda una elocuente declaración.
Pero hete aquí que las “cortás” de nuestra algo lejana juventud no han devenido en mujeres de rompe y rasga o de armas tomar, expresiones ambas que por su naturaleza violenta acabarán arrumbadas más pronto que tarde, sino que han mutado, al menos por estos lares, en medida para escanciar cerveza. Hoy es casi imposible llegar a un bar sevillano y no ser recibido con el tiro a bocajarro, nunca tan a despropósito lo del jarro, de la dichosa pregunta: ¿una “cortaíta”? Es tan grande el desgarro de la herida que se empieza a tolerar el rasguño menor del ¿una “cortá”?, porque en verdad en verdad el diminutivo es insoportable. Tiene un pase con las tapas, aliñito, croquetita, un salmorejito que quita el sentío, que tampoco, pues a veces este abuso te quita las ganas de comer, no lo otro. Pero con la cerveza, con la cerveza es imperdonable. ¿Dó están agora aquellas cañas? ¿Qué se fizieron los tanques de entendidos bebedores? Los tanques, aquellos vasos ni cortos ni largos, unidad de medida perfecta para este néctar. El tanque, metro de platino iridiado de la cerveza, su proporción áurea, de asible circunferencia para cualquier mano. No como el inseguro, resbaladizo perímetro de la “cortá”, cuya escarcha a veces empapa los dedos, obligando a secarlos con una servilleta. ¿Cuándo fue necesario secarse las manos después de un sorbo de cerveza? Nunca, si acaso luego de acompañarlo con unos chochos o una aceituna huidiza y contrahecha. Y hablando de aceitunas: un latigazo espeluznante paraliza tu cuerpo si te ofrecen una “cortaíta” con “olivas”. Ante semejante propuesta asoma el agazapado lobo solitario que llevas dentro y ganas te entran de empuñar una escopeta recortada, una “recortaíta”, y hacer añicos esos vasos anchos de denominación horripilante que en mala hora sustituyeron a los tanques.
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