La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La red morada

Hoy siento con más fuerza cómo el Gran Poder tira de la invisible red morada que cubre toda Sevilla

Nubarrones negruzcos volaban sobre la ciudad en la media mañana del miércoles, que había amanecido azul y oro. Ayer una bochornosa tapadera gris oprimía por la mañana las calles del centro aún no abarrotadas por esa multitud que está acabando con los hermosos vacíos de las tardes de Feria, versión laica de los vacíos sagrados de las tardes del Corpus y de la Virgen de los Reyes; y del vacío que algunos sentimos, como si se nos abriera un pozo por dentro en el que nos sentimos caer en lo más hondo de nosotros mismos, el Viernes Santo sobre las dos de la tarde volviendo por San Luis o Feria. Ya veremos si este viernes de Feria que se anuncia soleado podremos reencontrarnos con esa ciudad quieta de calles estrechas que parecen ahondarse y silencios solo rotos, al caer la tarde, por campanas y vencejos.

Hoy, como en esas tardes hondas o en las de los viernes de agosto, siento con más fuerza cómo el Gran Poder -descalzo pescador de almas- tira de la invisible red morada que cubre toda Sevilla atrayendo a los devotos que acuden "todos los viernes del año, de los barrios extremos, de toda Sevilla" a San Lorenzo, como escribió Chaves Nogales hace casi un siglo. Todos los viernes, sí, también los de las fiestas o las calores, los de las tardes quietas de la ciudad que, como hoy, solo debería desconoce vacíos -turistas aparte- en el Arenal, el real de la Feria y San Lorenzo.

El vacío de la ciudad en la tarde del viernes de Feria certifica este No&Do que une a los sevillanos y al Señor que nunca los deja ni es dejado por ellos. Se va por calles medio vacías hasta que a partir de la Gavidia, por Jesús del Gran Poder y Conde de Barajas o por Cardenal Spínola, la devoción íntima y doméstica que vive dispersa por toda la ciudad parece densificarse -gota a gota, devoto a devoto- como un vapor hasta entonces invisible que va tomando cuerpo conforme nos acercamos a la plaza y entramos en la Basílica que nunca conoce la soledad y tantas soledades acompaña. ¿De dónde vienen? ¿A qué vidas regresan? ¿Qué cargas traen? ¿Qué le dicen? ¿Qué Les dice? Me gusta sentir esta fraternidad que nos une a quienes no conocemos mientras estamos ante Él y nos sigue uniendo después, fotografía a fotografía en tantas salitas y cabeceras, modesto azulejo a modesto azulejo en tantos balcones de barriadas, creando la invisible red morada que une y hermana a Sevilla en una misma devoción a su Señor.

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