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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

El ruido y la furia

Veinte años de la jornada de reflexión más triste de la democracia española

Hay varios miles de compatriotas que no habían nacido cuando se produjeron los atentados de los trenes del 11 de marzo de 2004 y ya pueden ejercer el derecho al voto. Con el ruido y la furia de la conmemoración, igual se les escapan algunos datos importantes. Y que se deben saber en este vigésimo aniversario de la jornada de reflexión más triste, más desoladora, más amarga de casi medio siglo de democracia en España. Las encuestas le daban la mayoría absoluta a Mariano Rajoy, que tardaría siete años en llegar a la Moncloa. Los sondeos eran tan apabullantes que El País publicó una doble página en la que su brazo amado, el de la cultura y los intelectuales, llamaban a rebato por el dislate que supondría ese triunfo electoral de la derecha. Obviamente, el predicamento del mundo del arte y de la creación ha sido siempre irrelevante en su repercusión para incidir en un vuelco electoral. Mucho menos que lo fueron esas bombas con unos explosivos procedentes de yacimientos asturianos al servicio del yihadismo islámico.

Los atentados se produjeron a tres días de las elecciones. Estaban prohibidas las encuestas, pero ese estruendo cambió radicalmente los resultados. Se cumplía el adagio del anarquismo más prosaico: la destrucción consigue lo que no logra la construcción. La gestión por parte del Gobierno del Partido Popular, el crepúsculo de Aznar, fue tan nefasta que en el pecado llevó su penitencia. Veinte años después, como si Calígula reivindicara a Nerón, el presidente Pedro Sánchez, quizás abducido por los cánticos de Quilapayún de su reciente visita a Chile, ha querido rendir tributo a Rodríguez Zapatero en el vigésimo aniversario de su llegada a la Moncloa. El presidente que acabó con ETA, según su discurso, y que ganó el Mundial de España, con permiso de Andrés Iniesta y del impronunciable portero holandés.

Es ridículo cuestionar la legitimidad de Zapatero y Sánchez como presidentes del Gobierno. Parafraseando a Anguita en su diatriba con el obispo de Córdoba Infantes Florido, yo no soy su periodista pero ellos sí son o han sido mis presidentes. Lo que no es legítimo y raya en la indignidad y la obscenidad moral es sacar pecho de un triunfo electoral en unas elecciones que no las ganó nadie. Las perdimos todos porque faltaron 192 votos necesarios, fundamentales, que son como un Poltergeist en el endeble esqueleto democrático de este país. Pedro Sánchez ha repetido el happening del homenaje póstumo a Almudena Grandes para convertirse en el nuevo Ciro que permite construir el templo de Jerusalén.

Las bombas no las pusieron Aznar y Acebes. Las pusieron unos criminales emparentados ideológicamente con los autores de la masacre del 7 de octubre en Israel. En España conviven el populismo y un frentepopulismo gagá mezcla de la Pasionaria y la chica yeyé. Hemos olvidado la gran lección de sobriedad y serenidad que el Partido Comunista dio tras la matanza de los abogados de Atocha del 24 de enero de 1977. Un ejercicio de concordia decisivo para que Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos rompieran con el dogal del franquismo a la hora de decidir la legalización del Pecé en un Gobierno con militares que habían ganado la guerra.

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