¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los sevillanos no existen

Habría que impedir que un Viernes de Dolores un hotel hortera de la Magdalena esté con el chunda-chunda a toda pastilla El canon, por favor El Tarotín de Manolo Darnaude

Sevillanos.

Sevillanos. / DS

SUS alumnos, entre los que se encontraban la flor y nata de la historiografía española del último tercio del siglo XX, cuentan que Raymond Carr, siempre que alguien le decía cosas como “los españoles opinan...” le preguntaba: “¿Los españoles, ha hablado usted con todos?”. Aplíquese el cuento a los sevillanos. ¿Qué significa eso de que “los sevillanos somos así o asao”, o que “vivimos la religión de esta manera u otra”? . Una auténtica simpleza. Normalmente, el dice estas vaguedades se retrata simplemente a sí mismo o al pequeño grupo en el que se mueve.

Los sevillanos existen como un padrón, como un conjunto de personas que han decidido por distintas razones vivir y pagar sus impuestos en esta ciudad, pero no como un animal mitológico que vive y siente de una determinada manera. Lo mismo les ocurre a los turolenses o los astigitanos. Cada uno vive y siente a su manera. Los hay que tienen alma de poetiso pregonero y los que huyen despavoridos cuando escuchan el primer tambor. También los hay que mezclan diferentes mundos y aspiraciones. Las personas somos más poliedros que esferas, incluso podemos acoger diferentes egos, mostrarnos un día como férreos tradicionalistas y al día siguiente como cosmopolitas entusiastas. Los sevillanos –aunque no existamos– también.

Hay algunos sevillanos que demuestran un inquietante espíritu noventayochista, aunque reducido al claustrofóbico mundo de intramuros de esta vieja ciudad de 3.000 años. Estos Unamunos y Azorines hispalenses andan todo el día dándole vueltas a la esencia de la ciudad, a su supuesta identidad. Lo malo del nacionalismo sevillano es que, como todos los nacionalismos, tiende a fijar un modelo monolítico de ciudadanía, una única forma de ser en la urbe. Quién no ha conocido a sevillanos que aman profundamente la ciudad pero que no pisan la Feria ni la Semana Santa es que, sencillamente, no tiene ni idea de la riqueza antropológica de una capital que, como hemos señalado muchas veces, es un auténtico rompeolas de personas amamantadas con mil leches. Son muchos, por ejemplo, los que prefieren las noches de verano a los agresivos días de la primavera. Esas noches plácidas y mediterráneas en las terrazas de los bares de barrio les producen más placer que cualquier caseta del Real. Ahora bien, eso no significa que no comprendan que hay tradiciones y usos que de alguna manera identifican a la ciudad y que hay que cuidarlas. ¿Cómo? Impidiendo, por ejemplo, que un Viernes de Dolores un hotel hortera de la Magdalena esté con el chunda-chunda a toda pastilla. Un respeto a las vísperas de la Semana Santa, carajo.

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