Julián aguilar garcía

Abogado

Los silencios, para la Maestranza

Seguimos viendo normal la falta de inversión en infraestructuras en nuestra ciudad

Hace casi siglos, quien perpetra estas líneas tenía una cita con una novia juvenil. Llegaba tarde, con la desesperación adolescente y hormonal que se pueden imaginar. Por una retención de tráfico, el autobús urbano avanzaba al paso desesperadamente lento, inseguro, parcial e infrecuente de las rebajas fiscales andaluzas. En un esfuerzo de racionalización me tranquilicé: no era inteligente alterarme por algo que no estaba en mi mano evitar.

Días atrás me vi retenido más de media hora en el puente del Quinto Centenario, en la sevillana SE-30. Como muchos sufridores más. Llegábamos tarde a una reunión profesional, a tutoría en el colegio de los niños, a la compra, a un partido con amigos o a una cita amorosa, qué se yo. Centenares de personas, miles cada día, supongo, con un motivo para la impaciencia, con una ilusión frustrada por el atasco. Me acordé de mí mismo treinta y tantos años más joven.

No sé si todos los conductores y pasajeros que me rodeaban habían llegado al mismo punto de racionalización o de fatalismo, pero nadie parecía sorprendido o indignado. Total, para qué protestar por lo inevitable.

Sin embargo, ¿es inevitable? Y, de otro lado, ¿es sano ese fatalismo que nos induce a aceptar lo malo como necesario, ese tópico senequismo tan propio de nuestra tierra, tan conservadora -creyéndose revolucionaria- que se resiste a cambiar lo que no funciona, a presionar para que algo mejore?

Se invierte menos en Sevilla que en otras ciudades y provincias españolas (aunque el del agravio comparativo sea un argumento simplón y en ocasiones erróneo) lo que no ayuda al crecimiento de nuestra economía, a la competitividad de las empresas, a la productividad de los trabajadores o al simple disfrute del tiempo.

No soy nada amigo de manifestaciones ni protestas, en general inútiles incordios para la ciudadanía que nada preocupan a los políticos. El ruido calla pronto, el polvo se asienta, el pulso se calma. Y todo sigue igual. No voy a incurrir en la falta de originalidad de recordar la cita de G.T. di Lampedusa, al que sin embargo casi nadie ha leído (una pena, por cierto). Si alguna vez algún preboste con chófer y tarjeta a cargo del presupuesto público dice algo sobre la falta de inversiones en infraestructuras, es para culpar a otra administración (local, comarcal, provincial, autonómica, estatal, comunitaria, puzle administrativo, perfecta coartada) de no conceder un permiso o de no poner fondos.

Pero no podemos seguir aceptando como ineludible perder largas horas, día tras día, en trayectos de pocos kilómetros, porque no hay mejores infraestructuras. Seguimos asumiendo como normal la falta de inversión en este campo en nuestra ciudad y su zona de influencia. Es un error. El silencio, como forma de sanción, debería reservarse para la Maestranza. O ni eso.

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