La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El derribo del vallado de la Fábrica de Artillería de Sevilla
La tribuna
COMO todos los años, el Primero de Mayo se han realizado manifestaciones para celebrar el Día de los Trabajadores. Como todos los años, en Andalucía, y en otros muchos lugares, ha habido dos cortejos: el de los sindicatos "mayoritarios" y el de los sindicatos "alternativos" o "radicales". Aquellos, desde la Transición (cuando apoyaron los Pactos de la Moncloa), son piezas imprescindibles para la reproducción del Sistema, al mismo nivel que las grandes organizaciones empresariales y los partidos socialdemócratas (ahora más bien socioliberales). Forman parte del establishment, se han convertido casi en empresas de servicios, no se han librado de la corrupción y han estado permanentemente dispuestos a legitimar la gobernanza político-económica firmando pactos de concertación o haciéndose fotos con los políticos y empresarios de turno. Las puertas giratorias no les son ajenas; incluso ha habido secretarios generales que han pasado directamente del sillón sindical a los consejos asesores de grandes corporaciones financieras o empresariales.
Los sindicatos "alternativos", por su parte, rechazan este colaboracionismo de los "grandes", denuncian los mecanismos del Sistema y repiten constantemente la palabra Lucha. Pero apenas analizan el por qué, cuando los "grandes" ven cada día reducidos el número de sus militantes y simpatizantes, ellos apenas crecen o lo hacen muy lentamente, a pesar de la gravísima situación en que se encuentra una parte muy importante de la población, más aún de las generaciones jóvenes, y a pesar de la gran masa de indignados y discrepantes del Sistema hoy existentes.
Pienso que lo fundamental sería preguntarse sobre los motivos del innegable distanciamiento entre la mayoría de los ciudadanos y los sindicatos; distanciamiento que no es muy diferente al que existe respecto a los partidos y otras instituciones. Pienso que también para ellos vendría a cuento el "No nos representan". Pero existen también motivos específicos. A diferencia de lo ocurrido en el tablero político, en el que han surgido partidos que han conseguido en poco tiempo un fuerte apoyo, no se han producido novedades o renovaciones en el campo sindical. Y ello tiene mucho que ver con la cultura sindical (y política) estrechamente obrerista de los sindicatos, sean estos reformistas o revolucionarios. Persisten en el error -hoy más error que nunca- de hacer equivalente trabajo a empleo remunerado y de idealizar este hasta el punto de considerarlo como requisito para acceder a la dignidad humana y a la autorrealización personal, olvidando el carácter no sólo explotador sino alienado de la gran mayoría de los empleos. Con ello, los sindicatos reducen drásticamente su campo: además de ser incapaces de dar respuesta a la enorme masa de los desempleados, dejan fuera a todos (aquí sí valdría decir todas) quienes realizan trabajos no remunerados pero imprescindibles en el ámbito familiar y social y a quienes, sin estar en el mercado de trabajo, trabajan para ellos mismos, sus familias o la comunidad (autónomos, jubilados, trabajadores voluntarios…).
Al mantener la doctrina de que es la clase obrera (los trabajadores asalariados) el único "verdadero" sujeto transformador, apenas si prestan atención al precariado, esa fracción de las clases trabajadoras de la que algunos escribimos, hace ya casi veinte años, que iba a convertirse pronto en la mayoritaria. Así, en Andalucía, apenas si han tenido en cuenta que aunque queden hoy pocos jornaleros del campo se ha producido un fenómeno de jornalerización general, por el que la mayoría de los trabajadores, de todos los sectores, sufren de temporalidad, salarios muy bajos y condiciones de trabajo inaceptables. Tener un empleo no es ya garantía de no ser pobres, y sin embargo tampoco los sindicatos se plantean defender la Renta Básica Universal como medio no sólo de evitar la pobreza y redistribuir las rentas sino también de empoderar a quienes aspiran a un empleo frente a los empresarios, porque con ella no tendrían que aceptar cualquier cosa mejor que nada. Continúan, en cambio, aferrados a la reivindicación de subsidios o a la quimera del trabajo garantizado.
Renovar sus análisis, sus estrategias, su propio lenguaje y su dirigencia, remarcando su independencia respecto a partidos e instituciones, sería básico para que los sindicatos puedan cumplir un papel importante en el avance necesario hacia una sociedad más justa, igualitaria y democrática. De otro modo, seguirán siendo muletas del Sistema (los "grandes") o productores de rituales coloristas sin apenas eficacia práctica (los "alternativos").
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