Paisaje urbano

Eduardo / osborne

Una sonrisa idiota

CUENTAN que en 1588, tras la hecatombe de nuestra todopoderosa Armada Invencible en las costas de Inglaterra, Felipe II se lamentó con una frase que ha hecho historia: "Yo no mandé a mis naves a luchar contra los elementos". En otra época y en un contexto bien distinto, algo así debió pensar nuestro actual Rey viendo lo que se le venía encima con ocasión de la final de la Copa disputada en Barcelona. Aquí los elementos se presentaron en forma de descomunal pitada a coro proferida por lo mejor de cada casa, que don Felipe aguantó de manera estoica, nobleza obliga, mientras a su lado el presidente de la Generalitat esbozaba una sonrisita que lo dice todo del respeto que algunos dirigentes tienen por las instituciones del Estado.

Artur Mas posiblemente sea el gobernante más inepto de la democracia, y mira que hay reconocidos candidatos al premio. Ha tenido la habilidad, él solito, de poner patas abajo el difícil equilibrio de las relaciones entre Cataluña y España, tensando la cuerda del referéndum por la independencia con manifiesto desprecio por la legalidad vigente, con la consecuencia grotesca de abocar a su partido a convivir con las tesis más radicales de Esquerra y Ada Colau, futura alcaldesa de Barcelona. Si a eso le unimos que durante años ha ejercido de mayordomo distinguido de los Pujol, convendrán conmigo en que el personaje no tiene desperdicio.

Hasta la noche del sábado teníamos a Mas como un político cursi y pretencioso, altivo e insolidario, ya casi amortizado en sus delirios secesionistas. Ahora sabemos además de su mala educación y su cinismo a la hora de encajar una situación que, para cualquier gobernante decente, sería cuando menos incómoda. De los lamentable sucesos del otro día lo que menos me importa es la actitud de las aficiones, por otra parte previsible, allá cada cual con sus modos, complejos y prejuicios. Mucho más grave es la actitud de quienes, teniendo una responsabilidad institucional, no hacen nada por sofocar el incendio y disfrutan avivando el fuego.

Extraño país éste en que por unos cánticos ofensivos al rival te cierran una grada, mientras los insultos a los símbolos nacionales y al jefe del Estado quedan en nada. Y pobre país el que, sin importarle los límites a la libertad de expresión, desprecia las instituciones reconocidas en su Constitución. Aunque la ofensa venga dibujada en la sonrisa idiota del honorable.

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